26 dic 2013

Ángeles.

Mordiendo los dedos,
cruzando los labios,
abriendo a la suerte
y tentando heridas.
Resucitando en su boca,
acurrucados los miedos en sus hoyuelos.
Quédate, susurra.
Como si hubiese otro sitio mejor en el que vivir.
Sintiendo y parando el tiempo,
suspirando entre líneas y entre piernas,
como si hubiese otra forma mejor de respirar
que no fuese compartir alientos;
y se entrelazan,
y se aprietan,
y gimen y rompen la noche.
Y el silencio se estremece en un escalofrío pasajero,
como si hubiese otra forma mejor de morir.

Tic, tac.

El hogar rodeado de felicitaciones navideñas sin firmar, el fuego tose escupiendo chispas espontáneas que se deshacen al tocar el parqué, como mis dedos en su piel, como mis piernas cuando sonríe. Como mis miedos en sus hoyuelos. En la pared se reflejan  efímeros trazos de luces verdes, rojas y amarillas, en fila india, tatuando la casa de una inocente belleza. Los rústicos y elegantes muebles de madera de roble y nogal se pintan la cara de dorado, adornando sus estantes con figurillas de porcelana fina, lazos granates y ángeles con cara de niño, cabellera rubia y rizada y un arpa en las pequeñas manos. Ángeles que no vuelan.
Y dónde van esos ángeles cuando vuelve Rutina y las calles regresan a su habitual bullir de caras serias, trajes fríos, maletines de cuero y padres demasiado ocupados.
Sueños que se quedan sin cumplir,
pero nadie los persiguió.
Niños que esperan
a dejar de serlo.
Ángeles que no vuelan,
pero nadie les cortó las alas.
Y a dónde van sus manos cuando las mías  no están cerca.
Niños que juegan a no ser niños.
A dónde coño van sus ángeles.

Mordiendo, cruzando, abriendo, tentando.
Acaricio sus ojos lentamente, como si fuese a romperse en cualquier momento. Noto su respiración en la palma de mi mano, y quisiera guardarla en un tarro para las arduas noches de invierno, para los insomnios y pesadillas de las camas demasiado grandes. Bajo por su nariz, tocando cada poro de su piel, y me detengo en su boca. Despacio, muy despacio, dibujando su silueta. Él la entreabre y me pregunto si esa será la puerta que lleve a su alma, si tengo que explorarla...sonrío.
Qué pasa.
Nada.
En qué piensas.
En nada.
Y me lanzo al abismo de su boca, al vaivén de sus caderas, al naufragio de la tentación que emana su piel.
Labios, dedos, heridas, suerte.

Ángeles que aprenden a volar sin alas, cambiando las nubes por sábanas.
Niños que crecen.
Tiempo que pasa.



6 dic 2013

Pasamos página olvidándonos de leer el libro.

Solo se vive una vez, me dijo.
Pero por él yo ya he muerto más de veinte.
Pero si no intentas, no ganas.
Pero si no mueres, no es intento.

Y así fue cómo recosí las heridas abiertas por sus manos
y me pinté los labios color rojo carmesí;
sonríe fuerte,
me dijo.
Y así fue cómo dibujé medias lunas escarlatas en mi cara,
puentes grana,
dulces bermellón;
perlas enmarcadas en un corinto sensual,
que tantas deudas de besos guardan.

Y así fue, cómo,
tras un temporal de diluvios nocturnos inundando mi rostro,
de noches eternas y días aún más largos,
cesó la borrasca y regresé a casa,
o algo parecido,
decidida a derrochar sonrisas hasta arruinarme,
consciente de que nadie había recogido los cadáveres de ilusiones ahogadas
y que, tarde o temprano, conocería a un par de ojos castaños
que me obligarían a hacerles el boca a boca hasta que despertasen,
con ese brillo en la mirada,
puñal en mano,
alcohol en el alma
y una espina en los recuerdos
que no quiero sacar.

Y así fue cómo volví a escribir
y dejé que esa zorra de la melancolía envenenase de nuevo la tinta de mi boli,
y la muy zorra me inspira tanto,
que espero que cuando espire todos suspiréis por mí,
por ella,
y por las noches en las que Insomnio asomaba la cabeza,
deseoso de hacer el amor con mi mente hasta que rayase el día,
en un ciclón de orgasmos amargos y demasiados rostros que escuecen.
Que escuecen tanto.
Que ojalá eso de crecer no sea cesar de contar estrellas para contar sonrisas falsas.
Que ojalá sea contar tus lunares.

Y así fue como crecí,
en silencio,
y,
y,
y te acercas.
Y me incendio.

Y me tocas y me estremezco y bailamos
mientras la corriente eléctrica sube por mi espalda,
clavando las uñas en mi carne asustada,
arañando mis sentidos
al ritmo del palpitar de los sueños rotos,
que se reconstruyen,
dispuestos a caer de nuevo.
Y les dejo crecer.
Y te dejo doler.
Y me dejo ser muñeca inerte,
y que tus manos me moldeen.
Porque echo de menos esa combustión helada,
fusión de pieles,
aleación de cuerpos
que se sienten inmortales
y tan vulnerables a la vez.
Desnudando debilidades,
el olor de las sábanas manchadas de lascivia,
acariciando futuros errores.
Y añoro volver a escuchar los gritos de las dudas carbonizadas,
retorciéndose entre besos.
Brillando la mirada,
despedida en mano.

Solo se vive una vez,
me dijo,
antes de apuñalarme.



25 nov 2013

Doler es crecer, y viceversa.

Se deshacen camas y se deshacen los sueños como si nunca hubiesen existido,

pero estos latidos son tan reales.

Ella se deshace en lágrimas y a mí se me hace un nudo en la garganta.

Cómo desearía que esas gotas de rabia salada llevasen mi nombre.

Mataría pero el único que muere soy yo,

y la conciencia duele tanto que parece que me va a estallar el alma y va a manchar las paredes de recuerdos.

Que no hay peor enemigo que la melancolía.


Pasamos página pero no leemos el libro, llegan personas y salen sin acordarse de que a veces duele. Y a veces sacian. Pero cierra la ventana, que entra frío. Y cuando sacian tengo miedo de la futura sequía. Pero abre el corazón, que quiero tu calor. De las huellas que no se van. Pero cierras la puerta y no se oye nada más. Por qué no se van. Nada excepto estos golpes en el pecho que braman tu nombre y me ensordecen. Por qué a veces sacian.

Envejecemos con cada palabra que no decimos, con cada verdad que ocultamos. Con la dignidad que se dilata y el ego que alimentamos hasta el sobrepeso. Envejecemos con cada lágrima que no lloramos y cada te quiero que no sentimos…Brindemos por nosotros, ancianos que deambulamos y nos justificamos enseñando las cicatrices de guerra.

Y quizá es demasiado tarde para guardar el arma y sacar bandera blanca.

Quizá la rabia de la sangre helada de los “no” nos ha cegado.

Quizá no.

Contando adicciones como el que cuenta estrellas. Cuentos de Cenicientas que odian llevar zapatos de cristal. Somos los silencios de un pentagrama, en la densidad de este eterno Réquiem que nos empeñamos en llamar vida. Me pregunto si se puede llamar vida al tiempo que pasamos soñando. Al tiempo muerto de mirarse a los ojos. Al tiempo resucitado de fusionarse en una aleación de pieles doradas. Sudor. Palabras encerradas en susurros. Nombres atrapados en el aire. Vapor de futuras dudas y puñaladas por la espalda. Pero nos gusta tanto el dolor. Nos gusta tanto que quizá en eso consiste querer.


Quizá no.



10 nov 2013

(I)

Me despierto y sonrío, pero un domingo lesivo me araña la cara.
Recojo mis sueños y me marcho
avergonzada,
dañada,
sangrando el alma.
Confusa,
borracha,
incapaz de;
in albis.
El alba que acaricia el horizonte,
los pájaros que acarician el alba,
sus dedos que acarician mi espalda.
Mi espalda que busca sus dedos.
Mi estúpida espalda.

Malditos los sueños que nos engañan,
benditos los daños que a lo largo de los años
abren las heridas del corazón,
recordándonos que sigue ahí,
latiendo.
Y laten las dudas y es indefectible
preguntarse por qué nos preguntamos tanto.

Por qué mi nuca echa de menos tu aliento.
Y bullen las dudas y me agarro a tus besos para no caerme.
Por qué no está tu aliento en mi nuca.
Como una panacea contra la soledad,
aun sabiendo que mi nuca sigue desnuda
y que de tu aliento queda tan solo una vaga reminiscencia.

Se me agota la paciencia cuando hablamos del amor.
Porque el amor es insólito y los recuerdos tan tóxicos,
y los te quiero tan inescrutables,
y su mirada tan perdida,
que lo único seguro es que exhalaremos el alma
y al fin un punto y final a tantos baches.
Porque la muerte es vertiginosa pero nunca falla.

Me mira y me fallan las piernas.

Y caigo, y me levanto, y sonrío.
Sonrío.
Y esta sonrisa indeleble se folla al tiempo perdido,
se regodea y aúlla malignamente aunque no haya luna.
Lloro y sonrío.

Llora la aurora gotas de rocío
como cada mañana
y sonrío
,
como cada mañana
,
pensando que es crispante que el mundo siga girando
a pesar de todos los gritos de rabia que se pudren en el aire,
de todas las lágrimas que han regado sus entrañas.
Que de esas lágrimas habrá nacido una flor,
pero de eso ya nadie se acuerda.
Pero sonrío.

Gente cansada de regalar palabras bonitas
para sentirse un poquito menos solos,
malbaratando su ilusión,
vendiendo a bajo precio sonrisas que valen oro.
Que te quiero.
Pero mi sonrisa vale oro.

Un cigarrillo fumífero espera la muerte en el cenicero,
una inocencia entre las sábanas,
una ilusión en los ojos.
Pero.
Pero a pesar de tantos lutos
enseño mis cicatrices con orgullo,
mis lívidas ojeras,
de insomnios con nombre y apellidos.

Sonrío y recuerdo que nos encontramos en la mañana de la vida,
que en la juventud se aprende que no hay nada tan importante,
que somos los noctámbulos los que tenemos el talento innato
de querer sonreír y sonreír sin querer.


Que sonrío.

5 nov 2013

Paranoia.

Nos levantamos deseando volver a escapar soñando, abrimos los ojos pero los tenemos vendados. Que no hay peor ciego que aquel que no sabe que lo es. Ni peor adiós que aquel que nunca fue dicho.

Pero que se clavó igual.

Hoy repasamos la vida como quien repasa para un examen, evaluando los años y los daños, preocupándonos por el futuro. Pero nadie se acuerda nunca del presente. Nadie se acuerda de los besos a mamá, para recordarle que el mundo no es tan mierda como dicen en el telediario.

Nadie se acuerda de quien de verdad se tiene que acordar.

Nos atamos a la rutina insulsa, sintiéndonos seguros. Nos atamos y olvidamos que de quien tenemos que protegernos es de nosotros mismos, que las heridas no cicatrizan si las lamemos con canciones que saben a melancolía, que los auto abrazos nunca nos harán suspirar como aquellos.

Como aquellos.

Y parecía todo tan perfecto que siempre supe que no lo era. Y las cartas chamuscadas y  los portazos ensordecedores escuecen. Escuecen. Escuecen. Escuecen tanto que ni toda el agua de este río me calma. Escuecen cuando el cauce se desborda y las preguntas me ahogan como antaño.

¿Por qué?

¿Por qué siento que muero y me siento tan viva?

O es que muriendo recuerdo que vivo.

O es que vivimos muriendo.

Por qué es que hoy echo de menos cuando nos echábamos de menos,
si nos echábamos de menos cuando nos echábamos de más.
                                              Cuando nos echábamos la culpa y nos echábamos atrás.
                                                                             Y atrás dejé hace ya tiempo mi tiempo mal invertido
                           en etéreos
                           y eviternos
                           inexistentes.
Pero no malgastaré el que me queda en recuperar lo que nunca fue mío.

Paseamos de la mano como si de verdad nunca fuésemos a soltarnos. Y por un momento parece que no existiesen las puñaladas por la espalda. Por un momento te creo y me creo que el mundo puede llegar a ser realmente bonito. Pero te parecerá bonito despedirte sin darme un beso.

Paseamos como si de verdad fuésemos a alguna parte. Como si el futuro no fuese tan negro, sino solo un gris demasiado oscuro. Como si de verdad quisiésemos salvarnos.

Y así nos va.
Que no nos va.
Que se nos van los días;
que nunca regresan ni lo harán jamás.

Ni tengo as ni tengo manga porque me arrancaste la ropa.

Y aquí estoy: desnuda, vulnerable, diminuta; contando estrellas hasta que se apaguen. Leyendo las palabras de alguien que no tiene nada que decir. Analizando los gestos de un loco que se tomó en serio esto de vivir. Mirando a los ojos de la nostalgia, sin poder evitar sentir pena por aquellos que se perdieron las vistas, preocupados por mirar atrás. Escuchando mis suspiros como si de verdad significasen algo, si suspirar se convirtió en mi nuevo respirar. Si ya no recuerdo cómo era eso de saltar al vacío sin hacerse daño. Añadiendo cicatrices a la colección. Y qué labios las besarán. Y cuáles las abrirán.

Arrancándome la máscara.

Y qué.
Y qué si me pudro por dentro.
Que lo admiren.

Que admiren mis ruinas como admiramos las de Roma en aquella pequeña moto, soltando carcajadas sin saber cuánto valían. Con la cámara colgada al cuello e ilusión en los ojos. Qué ojos. Ojos que ya no admiran. Pero que admiren la rabia encarnada en este par de ojeras que hoy los visten. Que la admiren y se asusten de la vejez de esta mirada. Pero joder, tengo la conciencia tan tranquila que da miedo.

Que da miedo sonreír por sonreír, ¿a ti no? Que me aterran los besos lanzados que se quedan en el aire, flotando, sin nadie que los recoja. Que se paralicen las nubes y el cielo encapotado no sea más que una manta fría. Que sople el viento llevándose los ósculos allí donde se pierde el tiempo. Me aterra encontrar mi tiempo perdido porque no sabría qué hacer con él. Supongo que me haría un sombrero que me proteja de la luz de esos ojos que tanto mienten.

Que me ciega.
Que me ciegan.
Que me ciegas.

Y no hay peor ciego que aquel que no sabe que lo es.

Como si de verdad quisiese salvarme.
Como si de verdad quisiese ver.
Como si de verdad quisiese algo que no fuese querer.

Esta noche la paso en vela pensando en aquellas noches que pasé en vela pensando, y siento que no soy más que una estúpida que no sabe nada del saber. Pero al menos sé que sé sonreír, aunque no se me dé muy bien esto de la vida.

Y qué voy a saber yo de la vida si no la termino de entender. Si las personas que nos salvan son nuestra perdición. Si los labios que hoy me llenan mañana me harán sentir vacía. Si el odio se tornará en pasión y la distancia en lujuria. Si Tentación me llama como la luna seduce a los lobos, y acudo como una polilla atraída por la luz. Una polilla que sabe que va a doler.

Aullando en silencio canciones que suenan a ti.
Mordiéndome las ganas de huir.


Pero mi ego me ha cosido la toalla a la mano, para que no pueda tirarla. Para que exprima los medios limones y me ponga mis medias naranjas. Para cantar a pleno pulmón vomitando el humo del último cigarro. Para matar el fuego jugando con el tiempo. Y olvidar el tiempo. Y olvidar sin más.



19 oct 2013

Preludio de soledad.

Encerrados entre cuatro paredes, dime dónde coño está el cielo. Cuatro paredes víctimas de aquellas noches de pasión, cuando nos empujábamos con fuerza contra ellas, cuando me elevabas del suelo mientras me mordías. Víctimas de la sangre de las palabras nunca dichas, de los gritos sin final, de los cuentos sin finales felices, del amor sin finalidad. Dime dónde coño está el cielo. Víctimas de nuestros puñetazos cada vez que el alma nos escocía, cuando la almohada apestaba a dolor.

Los silencios se atropellan unos a otros, devorándose, apuñalándose por la espalda como en los viejos tiempos. ¿Te acuerdas de aquel día que fue simplemente un día más? Nos amordaza la rutina como a ratas vestidas de traje, camuflando sus lágrimas en corazas de sonrisas. Quién se cree tan fuerte como para soportar un corazón herido. Quién se cree tan fuerte como para aguantar un corazón que espera. Quién coño se cree tan fuerte como para creer que lo es. Cualquier ignorante que tenga ganas de vivir en un insomnio permanente, donde los sueños se desbordan y las noches asfixian. Cualquier iluso que se atreva a tener ilusión.

Bienvenido al mundo de los ojalás, donde las respuestas son más putas que las preguntas, donde aprenderás a recoger los pedazos de tu corazón roto y pegarlos con orgullo como todos los demás. Donde cada noche comerás techo y te comerás las ganas de gritar y de mandarlo todo a la mierda. Cualquier día, cualquier día me iré a por tabaco y no regresaré. Aunque no fume.

Pero quizás no es el cigarrillo el que se está consumiendo.

Anoche cerré los ojos y por un momento me olvidé del tiempo. Pero entonces te pensé y recordé que hace tiempo que no te recuerdo. Y qué putada eso de sentirse pequeño, pensé. Y que putada eso de serlo, pienso. Y escribí. Y me reescribí creyendo que aquello era lo mismo que reinventarse; qué ilusa. Escribí hasta que la luna bostezó de sueño y el silencio decidió hablar en versos. Hasta que el bolígrafo empezó a sangrar. Y me di cuenta de que esto de escribir es otra mierda más que te hace vulnerable, que te desnuda y muestra tus debilidades. Que te abofetea como un “no”, como la realidad cuando más estás sonriendo. Que escribir es delirar en forma de tinta negra, más o menos igual de oscura que el mañana. Que no sé vivir sin escribir ni escribir sin dedicarlo, y no sé recordar sin antes haber olvidado.

De repente, una lágrima suicida cayó en el papel, y en ese momento me di cuenta de que esto de la vida iba en serio.

Y qué.

Y qué si me gusta el vacío, porque me recuerda a ti.

Y qué si añoro las pesadillas, porque me recuerdan que sigo viva.

Y qué si una vez acostumbrada a mí misma me asustan los abrazos que parecen de verdad.

Que no me recuerdan a nada.

Y eso es lo peor de todo.



Dime dónde coño está el cielo, que quiero tocarlo.



24 sept 2013

Café, amargo.

Una vez prometí que nunca más volvería a prometer nada, y entonces sonríes y se me corta la respiración, se me corta tan fuerte que hace daño, y brota la sangre desde mi garganta y lo deja todo perdido; aunque ya estaba todo perdido cuando llegamos. Entonces sonríes y se me escapan las promesas como presos que huyen de una cárcel hecha de inseguridades. Pero entonces te marchas y las promesas regresan a casa, llorando.

Y entonces sonríes y ni siquiera sé qué coño he aprendido de mis heridas.

Y entonces caigo en la cuenta de que odio que sonrías y entonces sonríes aún más y simplemente caigo. En tus redes. En tus ojos que me piden que te bese hasta beberme tu alma y marcar mis dientes en tu piel. O quizá son imaginaciones mías.

Y entonces...Por favor, deja de sonreír así.

Terminamos el café mirándonos de reojo entre la espuma. Qué guapa estás. Quisiera ser sordo para no tener que soportar estos silencios incómodos, para poder imaginarme lo que dices, para cambiar un “Adiós” por un “Qué bien se está así, los dos”. Aún no sé por qué me has llamado.

Y qué putada eso de querer odiar a alguien y necesitarle cada vez más.

Hablamos de música, de libros, de las clases, de anécdotas con los amigos, de conciertos de Rock, de películas basadas en hechos reales. Pero yo quiero hablar de la forma en la que te desabrochabas la camisa y de la forma en la que caía al suelo, bailando por el aire, trazando una preciosa espiral llena de emociones contenidas que explotaban cuando al fin vencía la gravedad, bendita gravedad, y los dos mirábamos la prenda tendida con una pícara sonrisa escondida entre los labios, como si fuese la señal para empezar a explorarnos, para elevarnos has”Y bueno, hace poco conocí a alguien”.


Y aquí estamos, caminando como si de verdad fuésemos a alguna parte.




27 ago 2013

Callemos de cosas serias.

La luz del amanecer entra furtiva en mi dormitorio a través de la ventana, como un ladrón, como quien te roba un suspiro, como quien te roba un beso y no te lo devuelve. Los rayos se estiran intentando abrazar mi cuerpo desnudo y vulnerable, acariciando con suavidad mi rostro, mis párpados, mis labios; como brazos de un sol madrugador que nos recuerda que la vida sigue, o eso creo. Como prolongaciones de tu sonrisa. Tu sonrisa entre mis piernas. Como anoche. Me ruborizo y tengo miedo de mirar a mi lado, por si te has ido; o peor aún, por si sigues ahí. Así que decido quedarme quieta, inmóvil, fría, como una elegante estatua de hielo, como un muñeco de nieve con el que los niños se han cansado de jugar. Ojalá pudiese hacer lo mismo cuando te tengo delante, pero me delatan los suspiros.

A medida que pasan los tic-tacs me avasallan los recuerdos de las últimas horas. La sangre baila salvaje por mis venas, golpeando sus paredes con fuerza, taponado mis oídos, bañando mis pupilas en adrenalina y mis mejillas en color rojo carmesí. Respiro profundamente, tratando inútilmente de frenar el ritmo de mis pulsaciones, de silenciar esos ruidosos tambores que resuenan en mi pecho y no me dejan pensar con claridad, de disipar la avalancha de sensaciones que se desliza por mi piel como una corriente eléctrica. Mierda. Las sábanas huelen a ti.

Pasan los minutos y eso es lo único que pasa, el tiempo. Dicen que él lo pone todo en su lugar, que todo lo cura. Y yo aquí, con una herida abierta que aún no ha empezado a cicatrizar, con un "te necesito" en la punta de la lengua y un "socorro" en los ojos que aún buscan el momento perfecto para ser dichos, a sabiendas de que no existe la perfección. Maldigo al tiempo por no hacer bien su trabajo, por tenerme en lista de espera, aunque sé que la culpa no es suya, pues qué esperar de alguien que no espera nada. O que lo espera todo.  O que simplemente espera. Pasan los minutos y no pasa nada.

Intento concentrarme en oír tu respiración para averiguar si estás ahí sin tener que abrir los ojos y que puedas leer mis debilidades en ellos, pero el olor a lujuria aturde mis sentidos. Finalmente me armo de valor, o de desesperación, y estiro el brazo. Frío.

Demasiado frío.

Mi mano se congela.

No siento la mano pero siento tantas otras cosas.

Abro los ojos.

Buenos días Soledad.

En mi mesilla lucen, traviesos, recuerdos de una noche en la que nos olvidamos de olvidarnos. Busco algo a tientas, tropezando con la lámpara, los vasos, la botella medio vacía, medio llena, medio yo; el cenicero medio lleno de colillas a medio consumir, medio vacío de segundos a tu lado que me consumen, medio tú. Por fin encuentro el móvil y lo miro con un ojo entreabierto, como todas las mañanas. Nada. Como todas las mañanas. Ni una llamada, ni un WhatsApp, ni un "te necesito", ni un  "ya no quiero verte más", ni un puñetero "buenos días" que sacie esta sed de algo que algunos llaman amor y otros muchos error. Qué voy a saber yo de eso si lo único que tengo es un teléfono que se ríe de mí en la mano y tu olor en las sábanas como única prueba de que fuiste mío durante un tiempo efímero. Pero el olor se irá. Como tú. Como el tiempo.

Me sorprendo a mí misma apretando los dientes con furia. Me concentro en reconstruir mi máscara de orgullo e indiferencia. De pronto, la sonrisa de chica traviesa y alocada regresa a su lugar, si es que lo tiene. Si es que lo tengo. Me levanto y enciendo un cigarro, paseando desnuda por la habitación, vagando como la sombra de algo que en su día fue espectacular, como un alma en pena pero sin alma y con una deuda de besos pendiente. Pero a quién. Cuándo aprenderé que el amor no se aprende, que vivir y morir al fin y al cabo son lo mismo. Que los besos no se dan con intereses.

Me siento en el alféizar de la ventana, escrutando la ciudad en busca de mis buenos días. Pero la ciudad sigue bullendo con su ritmo habitual, indiferente al huracán de preguntas que causa el caos en mi pequeña habitación. Pienso en los pozos de tus ojos mientras apuro el cigarro, y en el terror que siempre me dio hundirme en ellos. Anoche creí ver un brillo distinto, o quizá fue el alcohol. Coloco las manos en mi espalda mientras me estiro, cuando las yemas de mis dedos notan unos relieves que juraría que antes no estaban ahí. Sonrío. Quién quiere tatuajes teniendo tus arañazos. Lanzo el cigarrillo por la ventana como quien lanza un avión de papel con un nombre escrito. Pero sin nombre. Me pregunto si tú también estarás pensando en mí, o si algún día lo hiciste. Me pregunto si tú también tienes miedo de mis pozos, de hundirte en ellos como hago yo cada mañana al mirarme en el espejo. Solo hay una cosa que me aterre más que mis pozos, y son las sábanas frías. Solo hay una cosa que me aterre más que las sábanas frías, y son las sábanas que perdieron tu olor.

Un escalofrío recorre mi espalda y me devuelve a la realidad. Rodeo de nuevo mi cama y me siento en el borde. Abro el cajón de la mesilla y miro atontada la foto que nunca nos hicimos. Me pregunto cómo abrían quedado tus pozos junto a los míos, tus dudas abrazando mis miedos, diciendo "patata".

Me tumbo de nuevo en la cama y te pienso. Y te pienso con fuerza. Y te pienso sin quererlo y te quiero sin querer. Y eso es lo más bonito. Y ese es mi mayor error.


26 ago 2013

Odiado Diario:


Hoy es otro día más, otro día menos, y nada pasa y ella pasa por mi lado y a mí se me sigue poniendo la piel de gallina y los pelos tan de punta que compiten con los rascacielos de todas las ciudades que soñé que visitaríamos juntos. Pero solo son sueños. Pero solo estamos solos.

Se consumen las horas y se consumen mis cigarros, y yo los fumo con pasión, más liado aún que ellos. Me consumo. Pienso en lo bonito que sería compartirlos con ella, rompernos juntos. Me consumo. Estiro el brazo y ella no está. Me consume. La busco desesperado, rozando el aire a tientas, necesitado de la suavidad aterciopelada de su piel, de la  sangre palpitando con fuerza en mis venas, del sudor en las sábanas, del brillo de unos ojos que griten "socorro", que al parpadear maten las mariposas que se han instalado en mi estómago, mis dudas; como si su mirada tuviese todas las respuestas. Pero mi mano no la alcanza, y la ausencia de su mirada solo teje más preguntas.

Me rompo solo, con  cuidado de no llorar.

Salgo de casa con las manos en los bolsillos y la mente en otra parte a la que ni siquiera yo sé cómo llegar. Y qué hicimos mal. Y qué más da el camino si tenemos miedo de andar. Paso por los coches en cuyos cristales bañados en vaho escribí nuestros nombres en la madrugada, solo para ver cómo quedaban juntos. No debí hacerlo; quedaban tan bien. Hoy sigo bebiendo, fumando, solo. A la espera de un final que sé que no llegará porque nunca hubo un principio, preguntándome cómo quedará la cicatriz de todo esto. Seguro que no tan bien como nuestros nombres.

Me rompo de nuevo, sin poder evitar soltar un grito que desgarra mi alma, dejando a la vista los recuerdos. Solo espero que este porro me sacie el mono de ella, solo espero poder decir que algún día fue mía, porque yo fui su yonki cada puto segundo que no fuimos nada; aunque ella lo fuera todo. Solo espero...y ese es el problema, que solo espero.

Me rompo. Pero soy incapaz de romper su foto.

Ella es y será mi herida favorita.

23 jul 2013

Tragicomedia. (Acto II)

Se abre el telón. Ella ha dejado de bailar. No está cansada, está sola. Luces tenues de velas consumiéndose dibujan sombras en su rostro, haciendo su mirada más triste, marcando sus ojeras, desvelando el secreto de sus insomnios. La tarta de cumpleaños es de fresa, sus labios rojo carmesí, sus sueños a medias, sus medias rotas, sus inviernos demasiado fríos. Pasan los años y no pasa nada.

Sigo observando su monólogo corporal como un imbécil, tratando de digerir las sensaciones que provoca en los poros de mi piel, que parecen volcanes a punto de erupcionar abrazos cada vez que ella me roza. Me trago el orgullo como un imbécil cada vez que ella me roza.

El teatro está vacío como su copa, como su corazón. Quisiera llenar ambos hasta saciarla, hasta que grite de júbilo. Quisiera que mis manos fuesen culpables de sus suspiros, que fuesen condenadas por asesinato en primer grado, matando sus dudas y su soledad; pero el único grado al que se acercaron mis manos fue al del alcohol de la barra de bar, matando el tiempo.

Ella reanuda su vals, y mis recuerdos se anudan como yo hacía con sus muñecas a mi cabecero. Ella se mueve frenética, y mis sábanas echan de menos aquel aroma a frenesí. Ella me mira con estrellas humedecidas en los ojos, con un secreto entre las piernas y una montaña rusa en el pecho, y yo cierro el telón mordiéndome los labios como un imbécil.

Quisiera abrir el telón y bailar con ella antes de que la música cese.


Arde el telón.


17 jul 2013

Tragicomedia. (Acto I)

Se abre el telón. En el escenario yacen envoltorios de caramelos, cigarrillos a medio consumir, mentiras piadosas, mentiras sin más; platos rotos, sábanas arrugadas y un pañuelo humedecido en lágrimas saladas, en suspiros de noches quemadas, tatuadas sobre su piel tus iniciales. Doradas. Vuelan dientes de león acariciando el denso aire, lamiendo el perfume que dejaste al marcharte. Se deslizan entre las líneas de un libro inacabado, que espera melancólico mientras el tiempo le viste de polvo. Y quizás el polvo oculte tus iniciales.

El telón permanece inmóvil, como mi corazón mientras observo cómo bailas. Te balanceas sobre tus estúpidos complejos, riéndote de ellos. Y tus carcajadas se convierten en una droga a la cual me esposo y me abrazo temblando, indefenso, temblando, como tus piernas abiertas a la lujuria. Sonrío, temblando. Contemplo tus movimientos suaves como la lycra de tus medias rotas, agrietadas como tu corazón. Bailas tan fuerte que rompes el aire y mis esquemas, mis esquemas se quiebran en mil pedazos.

Y yo, aquí, tan tuyo y tan mío, tan exasperantemente hipnotizado,  admiro cada poro de tu piel como cuadros de Dalí, mientras mis ojos saborean tu actuación. Y tú, allí, tan tuya y tan de nadie, tan desesperantemente indiferente, trazas tu propia tragicomedia de la cual eres protagonista abligada, tu propio títere, tu propia cárcel. Madrid. Me sonríes y en tu rostro se dibuja una luna llena de melancolía, experiencia, mentiras piadosas, mentiras sin más; envoltorios de caramelos. Y siento el incontrolable deseo de eclipsar tu luna con mis labios, de morderte las mentiras y hacerte feliz, por fin. De abrazarte como la escarcha abraza las rosas al amanecer. Se cierra el telón.



20 jun 2013

Cosiendo recuerdos que saben a futuro.

Quizá no sea demasiado tarde para que sea demasiado tarde. Quizá las promesas rotas se puedan coser de nuevo, con el dedal de la vergüenza, usando tus pestañas bañadas en rímel como hilo. Pero no sé coser. No sé prometer. No sé saber. Pero.

Nunca se me dio demasiado bien olvidar. Nunca lo intenté. Te imaginaba desnuda, bebiendo agua a morro sentada en mi cama, con el pelo revuelto y la piel de gallina. Bebiendo y fumando y gritando mi nombre. Te imaginaba echando la cabeza hacia atrás, arqueada como una C, suspirando como una S, rozando mi almohada con el olor de tu champú y empapándola con el de tu perfume, para que el insomnio me arropase con él cuando te fueras.

Te imaginaba usando mi camisa después de fundirnos, imaginaba tus pupilas dilatadas brillando buenos días plateados, mirando la luna y contando estrellas escondidas entre la contaminación de Madrid. Imaginaba que no estaba imaginando y la boca se me hacía agua, pero nunca estaba tu saliva para calmar mi sed. No estaban tus llamadas para acelerarme el corazón, ni tus falsos suspiros para hacer que me pitasen los oídos. No estaban tus peros, ni tus noches, ni ninguna de tus sombras.

Ya no cuento ovejas, ahora cuento noches sin dormir. Sueños por cumplir. Utopías. Imposibles que se me escapan entre los dedos como la arena de la playa. Tus sonrisas que se derriten como el hielo de mi copa. Ya no cuento ovejas, ahora cuento barras de bar.

Pero nunca se me dio demasiado bien querer. Nunca lo intenté. Dolía.

Decías que tenía miedo.




Tenías razón.



Pero nunca se me dio demasiado bien reconocerlo. Nunca  lo intenté. Pero nunca se me dio demasiado bien coser.



19 may 2013

Tal vez la clave.


Tal vez la clave sea no buscar la clave. Tal vez la clave se encuentre en su piel, tal vez en cada lunar, en cada imperfección que perfecciona tanto. Tal vez se bañe en su saliva y se deslice por el tobogán de su sonrisa, con los brazos en alto, gritando metralletas cargadas de adrenalina. Tal vez te salude en cada guiño, tal vez te dé los buenos días entre alientos que saben a café recién hecho.

Tal vez la clave sea de sol y baile sobre los pentagramas de tu canción favorita. Tal vez esa canción tenga una cara. Tal vez la clave sea el retumbar de los tambores en tu pecho. Tal vez la clave se escuche cuando te hable. Tal vez la clave se clave en tus entrañas con una caricia, por muy suave que sea. Tan suave.

Tal vez no la oyes porque te tapas los oídos. Pequeña, quítate las manos y escucha. Tal vez no la ves porque te has vendado los ojos. Pequeña, corta el velo que te ciega y mírala. Tal vez no la sientes porque el miedo te insensibiliza. Pequeña, trágate el orgullo y disfrútala. Tal vez no quieras encontrar la clave. Pequeña, escúchame, mírame, disfrútame. Esa es la clave.

Y me ahogo entre tales y veces, inhalando promesas de humo y vapor. Me ahogo y es tan dulce la sensación. Me ahogo y no es por falta de oxígeno, sino de respuestas. Me ahogo por falta de abrazos que ahoguen. Me ahogo pero joder, es tan dulce la sensación.

Tal vez mañana continuaremos caminando independientes, autónomos, indiferentes, ignorantes, fuertes. Pero buscando la clave. Tal vez la clave sea asesinar a los tal vez. Tal vez los apuñalaremos con armas blancas como la cal que tiñe tus respuestas frías. Tal vez los dispararemos con armas de fuego como aquellas noches de insomnio.

Tal vez, solo tal vez, la clave no exista.



7 may 2013

Blablablá.


Y cómo hablar si.

Si todo depende de nada y todo depende de ti. De las buenas mañanas que me da tu desnuda silueta dibujada entre mis cortinas. De las buenas noches que me dan tus mudos gritos arañados en mis sábanas. Si respiro esbozos de sonrisas y me deshago en lágrimas invisibles cada vez que dices adiós. Y deshago pétalos de margaritas cada vez que dices hola. Y deshago nudos en el estómago cada vez que dices mi nombre. Y deshago las promesas que me hice a mí misma cada vez que.

Cada vez que nos mentimos.

Si uno más uno es uno. Si los insomnios me abrazan. Si Soledad me pilla infraganti contando ovejas, contando lunares, contando despedidas, restando estrellas.  Sumando noches en vela y perdiendo la cuenta. Cuéntame cómo te ha ido. Si tú también me echas de menos. Cuéntame más cuentos y haré como que me los creo.  Miénteme pero hazlo entre caricias. Bálsamos que alivian el dolor de pecho, cuando cuesta respirar y solo te apetece más humo. Cuenta cuántas veces se acabó la cuenta atrás y no cuentes conmigo más.

Me pongo mis medias, naranjas, y me marcho.

Si vago entre sueños y un pasado disfrazado de presente. Refugiándome en guitarras, en acordes, en canciones; en voces rasgadas de excesos y pasión. Si no tiro la toalla y es ella la que salta, suicida. Cómo hablar del silencio si no conseguimos salir de este silencio incómodo. Cómo si llevamos en coma toda una vida, empeñados en poner comas, sin valor para ponerle punto y final. Y comámonos y apuntémonos a la adrenalina de los suspiros puros. Apunta mi dirección, coma, y no vengas.

Y cómo hablar si.
Si me enseñaron a no hablar.
Si me enseñaron a no hablar con la boca llena.
Si me enseñaron a no hablar con la boca llena de mentiras.

Y cómo hablar si no hay nada que decir.



22 abr 2013

Interrogación.

Rezamos a quién, pedimos deseos por qué.
Nos rendimos ante quién, pedimos clemencia y qué.
Lloramos por quién, pedimos perdón para qué.
A quién le escribo.

Nadie sabe nada y todos creen saberlo todo. Pero nadie es nada. Nadie es quién. Y a Quién le escribo.


20 abr 2013

Ciégame.

Acostumbrada a vivir en blanco y negro, me escondo entre mi flequillo mal cortado; pero me he pintado los labios color carmín.

Acostumbrada a caer antes de haber tirado siquiera la toalla, me cubro con sábanas de inseguridades; pero he quemado el colchón, la habitación, y las inseguridades.

Recuerdos que se amontonan dentro del vaso de tequila. En fila india, como presos que sueñan con la luz del sol; y cuando al fin sienten la brisa del exterior en cada poro de su piel de gallina, cuando al fin saborean la libertad en sus bocas que solo hablan de carcajadas, en sus papilas que palpitan y se dilatan excitadas sobre sus lenguas, en los pelos de punta que intentan arañar las nubes, en sus pulmones respirando adrenalina, expulsando éxtasis; entonces no pueden verla, porque les ciega.

Y hoy respiro adrenalina cuando intercambiamos nuestros alientos,
expulsando éxtasis,
más éxtasis,
más.
Pero me ciegas.

Ya no consulto nada con la almohada, últimamente no nos va bien. Nos peleamos y la muerdo, la araño y la acuchillo. Pero ella siempre gana.

Suerte que es verano y de noche no hace frío. Suerte que ya no necesito mis sábanas de inseguridades,
aunque me ciegues.

Y bebemos los recuerdos amontonados en los vasos de tequila; bebemos, nos emborrachamos, saltamos, bailamos, amamos un poco;
pero solo un poco.

Bebemos éxtasis, nos emborrachamos de frenesí. Saltamos sobre la adrenalina, bailamos en mis labios rojo carmesí. Un poco más, éxtasis, libertad, éxtasis, adrenalina, bailamos, libertad, éxtasis, más.
Y olvidamos que nos ciegan.

Bebemos para olvidarnos aunque nos tengamos delante, olvidamos que bebemos y olvidamos que nos estamos olvidando.
Pero tú sigues delante y la herida sigue sangrando.
Corre.
No puedo.
(No sé)
(No quiero)
Y el puñal en tu mano me grita que te odie, pero me he pintado los labios color carmín, a juego con la herida, con la seda entre tus manos.
Ciégame.



13 abr 2013

¿Cara, cruz o canto?

Tiramos la moneda al aire y que el aire decida nuestra suerte. Cara olvidarme de ti, cruz olvidarme de olvidarte. La moneda gira dramática como un tiovivo lleno de niños inocentes, futuros pecadores, apuñaladores, asesinos, lanzadores de monedas. Y que la suerte decida nuestro aire.
Promesas
Promesas que se acumulan como deudas, que se alimentan de ilusión y rompen nuestros esquemas a base de patadas en la boca y puñetazos de realidad. Y corre la sangre y no nos importa, y se abren heridas y nos da igual. Buscamos promesas que no se cumplen, encontramos promesas que no hacer. Queremos sentir otra vez el dolor y el amargo sabor de la sangre en nuestros labios. Y corren las promesas y no nos importa, y se abren puertas y nos da igual. Tiramos la moneda al aire y tiramos todo por
por
por su piel galopan escalofríos y recuerdos de cosas que aún no han ocurrido. Pero parecen tan reales. Mierda. Parecen tan reales que es imposible que lo sean. Por monedas como ésta peores guerras hubo en el pasado; cuando ardió Troya y ardió el colchón. Por su piel galopan mis manos y el colchón en llamas parece tan real. Mierda. Parece tan real que es imposible que lo sea. Tendré que morderme las ganas y cumplir.
cumplir
cumplir los Diez Mandamientos se me hace imposible cuando me miras así. Pecados con nombre y apellidos, llamadas al diablo cuando te acercas. Cuando te acercas el angelito sobre mi hombro derecho agoniza. Cumplir qué reglas. Romper cuántas más. Mandarlo todo al diablo, que se frota las manos cuando cumplir es imposible si me miras así. Cumplir qué reglas. Se frota las manos. Romper cuántas más. Me estás mirando así.


5 abr 2013

El brindis.

Alzo la copa vacía por el pasado.

Por las dos trenzas medio deshechas de tanto bailar, por las hadas, los duendes, los príncipes azules; por la sangre en las rodillas, las manos sucias. Por la Navidad, la ilusión, los caramelos, los tazos, los saltos infinitos enmarcados por dos cuerdas gastadas de tantas tardes jugando en el parque; el balón abollado, las porterías improvisadas con zapatillas de la talla 34. Por el pilla-pilla entre innumerables amigos, las carreras, las caídas, las lágrimas de cocodrilo.

Brindo por la línea curva de la sonrisa que une los dos puntos de tus hoyuelos, por el brillo de aún no sé mentir en los ojos, por la calma de aún no me han mentido en la cara. Por las arcadas al pensar en los chicos, por taparse los ojos cuando veías a papá y a mamá besándose, por contar estrellas sin cansarse, por soñar con un verano en Nunca Jamás.

Alzo la copa llena por el presente.
Por las dos trenzas medio deshechas de tanto bailar sobre ti, por las faldas, los errores, los príncipes verdes, por la sangre entre las piernas, las conciencias sucias.  Por la Navidad, el desencanto, los caramelos peligrosos, los "yo controlo", las infinitas lagunas en la memoria enmarcadas por excesos mal justificados, el miedo ahogado, los besos improvisados con chicos que no dan la talla. Por el pilla-pilla entre camellos, las carreras en las medias, las caídas, las lágrimas de lagarta.
Brindo por la media luna tatuada en tu rostro, por la alegre risa que brota de ella cuando él está cerca. Por las arcadas de noches descontroladas, por subir el volumen de la música cuando oyes a papá y a mamá gritándose, por olvidarse de las estrellas, por esa lista de "nunca jamás".

Le lanzo la copa llena a los ojos del futuro, para que sea más incierto todavía, para que se vea aún más borroso, para reírme de él y de su estúpido miedo, para que el alcohol que me salpique me cure las heridas sin dejar cicatrices.
Alzo la copa por mí, por las trenzas que ya no me hago, por mí, por la inocencia que he perdido, por mí, por el valor que he encontrado, por ti.
Brindo por las ranas, por la sonrisa que aún no se ha extinguido, por las interrogaciones que acechan entre puntos suspensivos, preparadas para sembrar la duda y el caos. Bendito caos. Por las noches comiendo techo, por las noches durmiendo sobre tu pecho, por el "a lo hecho, pecho", por el estrecho camino entre el beso y el despecho. Por la gente que vendrá, por los que se han ido y se irán. Por apagar la música y abrazar a mamá cuando la melancolía de un recuerdo fugitivo de papá le asalta. Brindo por buscar las estrellas de los ojos que olvidamos para volver a contarlas, por las conciencias que se limpian tachando de la lista los "nunca jamás" que no nos atrevimos a repetir, creando Nunca Jamás en tu cama. Centrándose en usar cada segundo que pase y exprimirlo en carcajadas y cortes de manga a los complejos. Alzo la copa por el soplo de aire que enreda tu perfume con el mío, por los suspiros que se escapan entre tus manos, por soñar que me cuelo en  tus sueños; por soñar que no es un sueño.

Brindo con la copa del sujetador tirado en el suelo de tu habitación, con la copa del árbol que acaricia tu ventana con sus ramas, con la copa en la carta de la baraja, con la cara de póquer de un eterno brindis. Y cuando borracha recuerde mi vida enterrada ahí abajo, quizás arriba, brindaré por vosotros, para que sepáis alzar la copa y la cabeza aunque las lágrimas tiren de ella hacia abajo.

23 feb 2013

Vive, niña.

La niña juega con la rosa en el jardín del Edén.

Juega, niña.

Le arranca los pétalos uno a uno, como un pez de sangre al que descaman, como aquellas noches en las que mis uñas te arrancaban la piel a tiras, en las que mi nombre susurrado en tus labios me robaba sonrisas fugaces.

Ríe, niña.

Baila entre acacias de dudas, entre cipreses de preguntas no hechas, entre encinas que la miran hipnotizadas. Baila siguiendo el ritmo de los tambores enloquecidos de su corazón abierto, abrazando el viento. ¿Qué tendrá esa rosa? La mira y sonríe, la mira y baila. La acaricia despacito, por miedo a romperla; aunque se muere por acelerar el ritmo y que sienta la melodía entre las costillas. La acaricia con manos de terciopelo desnudo, pero la rosa le muerde con su espina, brotando un quejido de su boca de porcelana, la sangre de su dedo, una herida en el fondo de su pecho izquierdo. Una carcajada amarga.

Llora, niña.

Tira la rosa marchita y salta sobre ella. Baila con furia, con pasión, con hiel en el alma, con un deseo entre las piernas y mil verdades en los ojos empañados. Rojos. Pupilas dilatadas ante sentimientos encogidos. Presos de orgullo. Miradas imantadas ante sequías de palabras. Presas de ti.

Olvida, niña.

Intenta capturar ese momento de libertad y meterlo en un tarro, para poder abrirlo y curarse cuando la cicatriz escueza. Ese baile de autosuficiencia, independencia, creencia en nada excepto en ella misma. Demencia. Nubes de dudas encapotan el cielo, ya no hay sol en el Edén. Pero la niña sigue bailando con fiereza, ajena a la lluvia, indiferente a los recuerdos que sin éxito tratan de derrumbarla. Consciente de que el tiempo pasa, como la arena de un reloj que se escapa entre los dedos.

La rosa juega con la niña en el jardín del Edén.

Juega, mi Rosa.



9 feb 2013

La huída.

Quién fuera reloj para controlar el tiempo. Quién fuera esa sonrisa inocente que nace con el alba, con los gritos ignorados del despertador. Quién fuera ese brillo en tus ojos, para poder como él iluminar la habitación, cegando las penas, ahogando mis dudas.

El miedo huye y ya no sé si lo echo de menos, si he de perseguirlo a él o perseguir mis sueños. El miedo huye fugitivo y se pierde por el horizonte que dibujan tus ojos frente a los míos. Me pregunta si voy con él, a un lugar seguro, lejos del dolor del amor, de la mentira que esconde la verdad. Y yo no sé qué responderle. Las cicatrices en mi corazón me piden que le siga, pero tus labios mordidos me ordenan que me quede.

La inocencia huye y ya no sé si la echo de menos, si debo volver a la paz de llevar el pelo recogido en dos dulces trenzas o soltármelo como anoche. La inocencia huye por el horizonte que dibujan tus piernas sobre las mías. Me pregunto si es mejor que se quede, para abrazarla cuando no te sienta, para llorar sobre su hombro lágrimas de inseguridades; pero tus dientes dibujando sonrisas en mi cuello la echan a patadas.

Las dudas huyen. Yo caigo en los pozos de tus hoyuelos. El orgullo huye. Yo me enveneno con tu saliva. La soberbia huye. Yo le robo la manzana a Eva y Eva me sonríe divertida, y la serpiente se ríe y yo solo puedo clavar mis uñas más fuerte en tu espalda, para que no te escapes, y se me atragantan los suspiros, y sueño que tú sueñas conmigo, y trato de respirar tu aliento y quién fuera reloj para controlar el tiempo. Para pararlo.