23 jul 2013

Tragicomedia. (Acto II)

Se abre el telón. Ella ha dejado de bailar. No está cansada, está sola. Luces tenues de velas consumiéndose dibujan sombras en su rostro, haciendo su mirada más triste, marcando sus ojeras, desvelando el secreto de sus insomnios. La tarta de cumpleaños es de fresa, sus labios rojo carmesí, sus sueños a medias, sus medias rotas, sus inviernos demasiado fríos. Pasan los años y no pasa nada.

Sigo observando su monólogo corporal como un imbécil, tratando de digerir las sensaciones que provoca en los poros de mi piel, que parecen volcanes a punto de erupcionar abrazos cada vez que ella me roza. Me trago el orgullo como un imbécil cada vez que ella me roza.

El teatro está vacío como su copa, como su corazón. Quisiera llenar ambos hasta saciarla, hasta que grite de júbilo. Quisiera que mis manos fuesen culpables de sus suspiros, que fuesen condenadas por asesinato en primer grado, matando sus dudas y su soledad; pero el único grado al que se acercaron mis manos fue al del alcohol de la barra de bar, matando el tiempo.

Ella reanuda su vals, y mis recuerdos se anudan como yo hacía con sus muñecas a mi cabecero. Ella se mueve frenética, y mis sábanas echan de menos aquel aroma a frenesí. Ella me mira con estrellas humedecidas en los ojos, con un secreto entre las piernas y una montaña rusa en el pecho, y yo cierro el telón mordiéndome los labios como un imbécil.

Quisiera abrir el telón y bailar con ella antes de que la música cese.


Arde el telón.


1 comentario:

Anónimo dijo...

Te sales.