20 may 2012

Cuando yo quiera.

Cuando la oscuridad es tan solo gris y la luz no es tan brillante como imaginaba. Cuando las canciones me susurran tu nombre, y pronunciar tu nombre duele más que aquella puñalada. Cuando los niños juegan en la calle bajo el sol. Cuando sus rayos entran en mis poros y me acarician con suavidad, recordándome tu piel. Cuando tu piel duele más que pronunciar tu nombre. Cuando los niños continúan jugando hasta que el sol se va, y sin sol siguen brillando las perlas que decoran sus pequeñas bocas. Y esas medias lunas y lunas llenas hechas de felicidad hacen que vuelva a imaginar tu sonrisa. Cuando imaginar tu sonrisa duele más que recordar tu piel. Cuando uno tropieza y cae. Cuando su madre con un simple beso hace que el pequeño olvide el dolor. Cuando ver ese ósculo hace que sienta el último que te di. Cuando sentir tu beso duele más que imaginar tu sonrisa. Cuando ha caído la noche, sin hacerse daño, bañándome de frío. Cuando esta piel de gallina se asemeja a la que se me puso cuando dijiste “te quiero”. Cuando este “te quiero” duele más que imaginar tu sonrisa. Cuando aquella puñalada duele más que este “te quiero”.

Cuando la oscuridad vuelva a ser terroríficamente negra y la luz demasiado brillante como para tener que apartar la vista, será entonces cuando tu nombre, tu piel, tu sonrisa, tus besos, tus “te quiero” y tu puñalada dejen de doler. Cuando vuelva a sentir tristeza y alegría en toda su magnitud, cuando se disuelva este estado de somnolencia. Sí, será entonces cuando vuelva a ser yo y no dependa de nada. De nadie.

¿Cuándo?