Una vez prometí que nunca más volvería a prometer nada, y
entonces sonríes y se me corta la respiración, se me corta tan fuerte que hace
daño, y brota la sangre desde mi garganta y lo deja todo perdido; aunque ya
estaba todo perdido cuando llegamos. Entonces sonríes y se me escapan las
promesas como presos que huyen de una cárcel hecha de inseguridades. Pero
entonces te marchas y las promesas regresan a casa, llorando.
Y entonces sonríes y ni siquiera sé qué coño he aprendido de
mis heridas.
Y entonces caigo en la cuenta de que odio que sonrías y entonces
sonríes aún más y simplemente caigo. En tus redes. En tus ojos que me piden que te bese
hasta beberme tu alma y marcar mis dientes en tu piel. O quizá son imaginaciones
mías.
Y entonces...Por favor, deja de sonreír así.
Terminamos el café mirándonos de reojo entre la espuma. Qué
guapa estás. Quisiera ser sordo para no tener que soportar estos silencios
incómodos, para poder imaginarme lo que dices, para cambiar un “Adiós” por un “Qué
bien se está así, los dos”. Aún no sé por qué me has llamado.
Y qué putada eso de querer odiar a alguien y necesitarle
cada vez más.
Hablamos de música, de libros, de las clases, de anécdotas con los amigos, de conciertos de Rock, de películas basadas en hechos reales. Pero yo quiero hablar de la forma en la que te desabrochabas la
camisa y de la forma en la que caía al suelo, bailando por el aire, trazando
una preciosa espiral llena de emociones contenidas que explotaban cuando al fin
vencía la gravedad, bendita gravedad, y los dos mirábamos la prenda tendida con
una pícara sonrisa escondida entre los labios, como si fuese la señal para
empezar a explorarnos, para elevarnos has”Y bueno, hace poco conocí a alguien”.