Me
despierto y sonrío, pero un domingo lesivo me araña la cara.
Recojo
mis sueños y me marcho
avergonzada,
dañada,
sangrando
el alma.
Confusa,
borracha,
incapaz
de;
in
albis.
El alba
que acaricia el horizonte,
los
pájaros que acarician el alba,
sus
dedos que acarician mi espalda.
Mi
espalda que busca sus dedos.
Mi
estúpida espalda.
Malditos
los sueños que nos engañan,
benditos
los daños que a lo largo de los años
abren
las heridas del corazón,
recordándonos
que sigue ahí,
latiendo.
Y laten
las dudas y es indefectible
preguntarse
por qué nos preguntamos tanto.
Por qué
mi nuca echa de menos tu aliento.
Y bullen
las dudas y me agarro a tus besos para no caerme.
Por qué
no está tu aliento en mi nuca.
Como
una panacea contra la soledad,
aun sabiendo
que mi nuca sigue desnuda
y que de
tu aliento queda tan solo una vaga reminiscencia.
Se me
agota la paciencia cuando hablamos del amor.
Porque
el amor es insólito y los recuerdos tan tóxicos,
y los
te quiero tan inescrutables,
y su
mirada tan perdida,
que lo
único seguro es que exhalaremos el alma
y al fin
un punto y final a tantos baches.
Porque
la muerte es vertiginosa pero nunca falla.
Me mira
y me fallan las piernas.
Y caigo,
y me levanto, y sonrío.
Sonrío.
Y esta
sonrisa indeleble se folla al tiempo perdido,
se regodea
y aúlla malignamente aunque no haya luna.
Lloro y
sonrío.
Llora
la aurora gotas de rocío
como cada mañana
y sonrío
,
como cada mañana
,
como cada mañana
y sonrío
,
como cada mañana
,
pensando
que es crispante que el mundo siga girando
a pesar
de todos los gritos de rabia que se pudren en el aire,
de
todas las lágrimas que han regado sus entrañas.
Que de
esas lágrimas habrá nacido una flor,
pero de
eso ya nadie se acuerda.
Pero
sonrío.
Gente cansada
de regalar palabras bonitas
para sentirse un poquito menos solos,
malbaratando
su ilusión,
vendiendo
a bajo precio sonrisas que valen oro.
Que te
quiero.
Pero mi
sonrisa vale oro.
Un
cigarrillo fumífero espera la muerte en el cenicero,
una inocencia
entre las sábanas,
una
ilusión en los ojos.
Pero.
Pero a
pesar de tantos lutos
enseño mis
cicatrices con orgullo,
mis
lívidas ojeras,
de
insomnios con nombre y apellidos.
Sonrío
y recuerdo que nos encontramos en la mañana de la vida,
que en
la juventud se aprende que no hay nada tan importante,
que
somos los noctámbulos los que tenemos el talento innato
de
querer sonreír y sonreír sin querer.
Que sonrío.
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