10 nov 2013

(I)

Me despierto y sonrío, pero un domingo lesivo me araña la cara.
Recojo mis sueños y me marcho
avergonzada,
dañada,
sangrando el alma.
Confusa,
borracha,
incapaz de;
in albis.
El alba que acaricia el horizonte,
los pájaros que acarician el alba,
sus dedos que acarician mi espalda.
Mi espalda que busca sus dedos.
Mi estúpida espalda.

Malditos los sueños que nos engañan,
benditos los daños que a lo largo de los años
abren las heridas del corazón,
recordándonos que sigue ahí,
latiendo.
Y laten las dudas y es indefectible
preguntarse por qué nos preguntamos tanto.

Por qué mi nuca echa de menos tu aliento.
Y bullen las dudas y me agarro a tus besos para no caerme.
Por qué no está tu aliento en mi nuca.
Como una panacea contra la soledad,
aun sabiendo que mi nuca sigue desnuda
y que de tu aliento queda tan solo una vaga reminiscencia.

Se me agota la paciencia cuando hablamos del amor.
Porque el amor es insólito y los recuerdos tan tóxicos,
y los te quiero tan inescrutables,
y su mirada tan perdida,
que lo único seguro es que exhalaremos el alma
y al fin un punto y final a tantos baches.
Porque la muerte es vertiginosa pero nunca falla.

Me mira y me fallan las piernas.

Y caigo, y me levanto, y sonrío.
Sonrío.
Y esta sonrisa indeleble se folla al tiempo perdido,
se regodea y aúlla malignamente aunque no haya luna.
Lloro y sonrío.

Llora la aurora gotas de rocío
como cada mañana
y sonrío
,
como cada mañana
,
pensando que es crispante que el mundo siga girando
a pesar de todos los gritos de rabia que se pudren en el aire,
de todas las lágrimas que han regado sus entrañas.
Que de esas lágrimas habrá nacido una flor,
pero de eso ya nadie se acuerda.
Pero sonrío.

Gente cansada de regalar palabras bonitas
para sentirse un poquito menos solos,
malbaratando su ilusión,
vendiendo a bajo precio sonrisas que valen oro.
Que te quiero.
Pero mi sonrisa vale oro.

Un cigarrillo fumífero espera la muerte en el cenicero,
una inocencia entre las sábanas,
una ilusión en los ojos.
Pero.
Pero a pesar de tantos lutos
enseño mis cicatrices con orgullo,
mis lívidas ojeras,
de insomnios con nombre y apellidos.

Sonrío y recuerdo que nos encontramos en la mañana de la vida,
que en la juventud se aprende que no hay nada tan importante,
que somos los noctámbulos los que tenemos el talento innato
de querer sonreír y sonreír sin querer.


Que sonrío.

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