Quién
fuera reloj para controlar el tiempo. Quién fuera esa sonrisa inocente que nace
con el alba, con los gritos ignorados del despertador. Quién fuera ese brillo
en tus ojos, para poder como él iluminar la habitación, cegando las penas,
ahogando mis dudas.
El
miedo huye y ya no sé si lo echo de menos, si he de perseguirlo a él o
perseguir mis sueños. El miedo huye fugitivo y se pierde por el horizonte que
dibujan tus ojos frente a los míos. Me pregunta si voy con él, a un lugar
seguro, lejos del dolor del amor, de la mentira que esconde la verdad. Y yo no
sé qué responderle. Las cicatrices en mi corazón me piden que le siga, pero tus
labios mordidos me ordenan que me quede.
La
inocencia huye y ya no sé si la echo de menos, si debo volver a la paz de
llevar el pelo recogido en dos dulces trenzas o soltármelo como anoche. La
inocencia huye por el horizonte que dibujan tus piernas sobre las mías. Me
pregunto si es mejor que se quede, para abrazarla cuando no te sienta, para
llorar sobre su hombro lágrimas de inseguridades; pero tus dientes dibujando
sonrisas en mi cuello la echan a patadas.
Las
dudas huyen. Yo caigo en los pozos de tus hoyuelos. El orgullo huye. Yo me enveneno
con tu saliva. La soberbia huye. Yo le robo la manzana a Eva y Eva me sonríe
divertida, y la serpiente se ríe y yo solo puedo clavar mis uñas más fuerte en
tu espalda, para que no te escapes, y se me atragantan los suspiros, y sueño que tú sueñas
conmigo, y trato de respirar tu aliento y quién fuera reloj para controlar el
tiempo. Para pararlo.
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