30 sept 2012

Úsame.

Un minuto contigo es caminar descalza sobre cristales, contar los "te quiero" que no me dices, olvidar las llamadas que no me haces. Y es tan placentero este dolor. Quiero que me utilices, que moldees este corazón en bruto. Trátalo a tu gusto, rómpelo, él jamás dejará de latir. Úsame y tírame como una muñeca de trapo. Abrázame y empújame. Sonríeme y grítame. Quiéreme si me odias y ódiame si quieres, pero lo que nunca harás será olvidarme. Me apuñalas con tu indiferencia mal finjida, con tus idas y venidas, y yo sigo besándote con mi estupidez suicida, con mis siete vidas ya gastadas. Por qué sigo sonriendo es un misterio. Me encanta que me roces los sentimientos con tus "ya te llamaré", querido Watson. Elemental, como mi odio. Odio ver llover por la ventana, pero odio aún más ver llover por las tuyas. Y no se abrió ninguna cuando me cerraste la puerta. Y si llueve, pues te mojas y punto. Y puntos suspensivos que ya suman más de tres. Y tres veces te maldije anoche en sueños, pues no me atreví a la cara. Y este es otro sueño medio cumplido, mitad feliz, mitad suspiro. Y tú no eres mi otra mitad. Pero hoy puedes jugar con mi corazón.


24 sept 2012

Divagar.

Mis pies ya no son míos. Ya no obedecen mis órdenes, sino que avanzan con  determinación hacia donde yo no quiero ir, allí donde les guían los recuerdos, recuerdos de tiempos mejores. Se mueven con vida propia, la buscan a ella. Y yo solo busco respuestas que nunca llegarán, pues ni siquiera sé muy bien cuál es la pregunta. ¿Me quiere? Una alfombra de hojas secas color chocolate me recuerda a su ropa de otoño; aquella que tantas veces le arranqué. ¿La quiero? Subo la mirada al cielo, como si allí estuviese escrita la respuesta, como si allí se escondiese la pregunta. Como si allí estuviese ella. Mira las estrellas, mira cómo intentan imitar el brillo de su sonrisa cada vez que le decía "te quiero". Mira cómo se parecen al brillo de sus ojos cuando hacíamos el amor. ¿Brillan sus ojos hoy por él? El parque está oscuro y sombrío a estas horas, me alivia que así sea, pues odio tener que ver la inscripción que hicimos en aquel árbol cada vez que paseo por él. Para siempre. ¿Para siempre? Nunca imaginé que para siempre durase tan poco. Qué estúpido es el tiempo y qué estúpidos nosotros. Estúpido otoño, estúpida su ropa por los suelos, estúpido el brillo de sus ojos, estúpido mi corazón que decidió amarla. Estúpidas ilusiones que se marchitaron con un estúpido adiós. Y hoy la echo tan estúpidamente de menos. Pero, ¿acaso se puede echar de menos algo que nunca fue tuyo?