6 dic 2013

Pasamos página olvidándonos de leer el libro.

Solo se vive una vez, me dijo.
Pero por él yo ya he muerto más de veinte.
Pero si no intentas, no ganas.
Pero si no mueres, no es intento.

Y así fue cómo recosí las heridas abiertas por sus manos
y me pinté los labios color rojo carmesí;
sonríe fuerte,
me dijo.
Y así fue cómo dibujé medias lunas escarlatas en mi cara,
puentes grana,
dulces bermellón;
perlas enmarcadas en un corinto sensual,
que tantas deudas de besos guardan.

Y así fue, cómo,
tras un temporal de diluvios nocturnos inundando mi rostro,
de noches eternas y días aún más largos,
cesó la borrasca y regresé a casa,
o algo parecido,
decidida a derrochar sonrisas hasta arruinarme,
consciente de que nadie había recogido los cadáveres de ilusiones ahogadas
y que, tarde o temprano, conocería a un par de ojos castaños
que me obligarían a hacerles el boca a boca hasta que despertasen,
con ese brillo en la mirada,
puñal en mano,
alcohol en el alma
y una espina en los recuerdos
que no quiero sacar.

Y así fue cómo volví a escribir
y dejé que esa zorra de la melancolía envenenase de nuevo la tinta de mi boli,
y la muy zorra me inspira tanto,
que espero que cuando espire todos suspiréis por mí,
por ella,
y por las noches en las que Insomnio asomaba la cabeza,
deseoso de hacer el amor con mi mente hasta que rayase el día,
en un ciclón de orgasmos amargos y demasiados rostros que escuecen.
Que escuecen tanto.
Que ojalá eso de crecer no sea cesar de contar estrellas para contar sonrisas falsas.
Que ojalá sea contar tus lunares.

Y así fue como crecí,
en silencio,
y,
y,
y te acercas.
Y me incendio.

Y me tocas y me estremezco y bailamos
mientras la corriente eléctrica sube por mi espalda,
clavando las uñas en mi carne asustada,
arañando mis sentidos
al ritmo del palpitar de los sueños rotos,
que se reconstruyen,
dispuestos a caer de nuevo.
Y les dejo crecer.
Y te dejo doler.
Y me dejo ser muñeca inerte,
y que tus manos me moldeen.
Porque echo de menos esa combustión helada,
fusión de pieles,
aleación de cuerpos
que se sienten inmortales
y tan vulnerables a la vez.
Desnudando debilidades,
el olor de las sábanas manchadas de lascivia,
acariciando futuros errores.
Y añoro volver a escuchar los gritos de las dudas carbonizadas,
retorciéndose entre besos.
Brillando la mirada,
despedida en mano.

Solo se vive una vez,
me dijo,
antes de apuñalarme.



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