25 nov 2013

Doler es crecer, y viceversa.

Se deshacen camas y se deshacen los sueños como si nunca hubiesen existido,

pero estos latidos son tan reales.

Ella se deshace en lágrimas y a mí se me hace un nudo en la garganta.

Cómo desearía que esas gotas de rabia salada llevasen mi nombre.

Mataría pero el único que muere soy yo,

y la conciencia duele tanto que parece que me va a estallar el alma y va a manchar las paredes de recuerdos.

Que no hay peor enemigo que la melancolía.


Pasamos página pero no leemos el libro, llegan personas y salen sin acordarse de que a veces duele. Y a veces sacian. Pero cierra la ventana, que entra frío. Y cuando sacian tengo miedo de la futura sequía. Pero abre el corazón, que quiero tu calor. De las huellas que no se van. Pero cierras la puerta y no se oye nada más. Por qué no se van. Nada excepto estos golpes en el pecho que braman tu nombre y me ensordecen. Por qué a veces sacian.

Envejecemos con cada palabra que no decimos, con cada verdad que ocultamos. Con la dignidad que se dilata y el ego que alimentamos hasta el sobrepeso. Envejecemos con cada lágrima que no lloramos y cada te quiero que no sentimos…Brindemos por nosotros, ancianos que deambulamos y nos justificamos enseñando las cicatrices de guerra.

Y quizá es demasiado tarde para guardar el arma y sacar bandera blanca.

Quizá la rabia de la sangre helada de los “no” nos ha cegado.

Quizá no.

Contando adicciones como el que cuenta estrellas. Cuentos de Cenicientas que odian llevar zapatos de cristal. Somos los silencios de un pentagrama, en la densidad de este eterno Réquiem que nos empeñamos en llamar vida. Me pregunto si se puede llamar vida al tiempo que pasamos soñando. Al tiempo muerto de mirarse a los ojos. Al tiempo resucitado de fusionarse en una aleación de pieles doradas. Sudor. Palabras encerradas en susurros. Nombres atrapados en el aire. Vapor de futuras dudas y puñaladas por la espalda. Pero nos gusta tanto el dolor. Nos gusta tanto que quizá en eso consiste querer.


Quizá no.



10 nov 2013

(I)

Me despierto y sonrío, pero un domingo lesivo me araña la cara.
Recojo mis sueños y me marcho
avergonzada,
dañada,
sangrando el alma.
Confusa,
borracha,
incapaz de;
in albis.
El alba que acaricia el horizonte,
los pájaros que acarician el alba,
sus dedos que acarician mi espalda.
Mi espalda que busca sus dedos.
Mi estúpida espalda.

Malditos los sueños que nos engañan,
benditos los daños que a lo largo de los años
abren las heridas del corazón,
recordándonos que sigue ahí,
latiendo.
Y laten las dudas y es indefectible
preguntarse por qué nos preguntamos tanto.

Por qué mi nuca echa de menos tu aliento.
Y bullen las dudas y me agarro a tus besos para no caerme.
Por qué no está tu aliento en mi nuca.
Como una panacea contra la soledad,
aun sabiendo que mi nuca sigue desnuda
y que de tu aliento queda tan solo una vaga reminiscencia.

Se me agota la paciencia cuando hablamos del amor.
Porque el amor es insólito y los recuerdos tan tóxicos,
y los te quiero tan inescrutables,
y su mirada tan perdida,
que lo único seguro es que exhalaremos el alma
y al fin un punto y final a tantos baches.
Porque la muerte es vertiginosa pero nunca falla.

Me mira y me fallan las piernas.

Y caigo, y me levanto, y sonrío.
Sonrío.
Y esta sonrisa indeleble se folla al tiempo perdido,
se regodea y aúlla malignamente aunque no haya luna.
Lloro y sonrío.

Llora la aurora gotas de rocío
como cada mañana
y sonrío
,
como cada mañana
,
pensando que es crispante que el mundo siga girando
a pesar de todos los gritos de rabia que se pudren en el aire,
de todas las lágrimas que han regado sus entrañas.
Que de esas lágrimas habrá nacido una flor,
pero de eso ya nadie se acuerda.
Pero sonrío.

Gente cansada de regalar palabras bonitas
para sentirse un poquito menos solos,
malbaratando su ilusión,
vendiendo a bajo precio sonrisas que valen oro.
Que te quiero.
Pero mi sonrisa vale oro.

Un cigarrillo fumífero espera la muerte en el cenicero,
una inocencia entre las sábanas,
una ilusión en los ojos.
Pero.
Pero a pesar de tantos lutos
enseño mis cicatrices con orgullo,
mis lívidas ojeras,
de insomnios con nombre y apellidos.

Sonrío y recuerdo que nos encontramos en la mañana de la vida,
que en la juventud se aprende que no hay nada tan importante,
que somos los noctámbulos los que tenemos el talento innato
de querer sonreír y sonreír sin querer.


Que sonrío.

5 nov 2013

Paranoia.

Nos levantamos deseando volver a escapar soñando, abrimos los ojos pero los tenemos vendados. Que no hay peor ciego que aquel que no sabe que lo es. Ni peor adiós que aquel que nunca fue dicho.

Pero que se clavó igual.

Hoy repasamos la vida como quien repasa para un examen, evaluando los años y los daños, preocupándonos por el futuro. Pero nadie se acuerda nunca del presente. Nadie se acuerda de los besos a mamá, para recordarle que el mundo no es tan mierda como dicen en el telediario.

Nadie se acuerda de quien de verdad se tiene que acordar.

Nos atamos a la rutina insulsa, sintiéndonos seguros. Nos atamos y olvidamos que de quien tenemos que protegernos es de nosotros mismos, que las heridas no cicatrizan si las lamemos con canciones que saben a melancolía, que los auto abrazos nunca nos harán suspirar como aquellos.

Como aquellos.

Y parecía todo tan perfecto que siempre supe que no lo era. Y las cartas chamuscadas y  los portazos ensordecedores escuecen. Escuecen. Escuecen. Escuecen tanto que ni toda el agua de este río me calma. Escuecen cuando el cauce se desborda y las preguntas me ahogan como antaño.

¿Por qué?

¿Por qué siento que muero y me siento tan viva?

O es que muriendo recuerdo que vivo.

O es que vivimos muriendo.

Por qué es que hoy echo de menos cuando nos echábamos de menos,
si nos echábamos de menos cuando nos echábamos de más.
                                              Cuando nos echábamos la culpa y nos echábamos atrás.
                                                                             Y atrás dejé hace ya tiempo mi tiempo mal invertido
                           en etéreos
                           y eviternos
                           inexistentes.
Pero no malgastaré el que me queda en recuperar lo que nunca fue mío.

Paseamos de la mano como si de verdad nunca fuésemos a soltarnos. Y por un momento parece que no existiesen las puñaladas por la espalda. Por un momento te creo y me creo que el mundo puede llegar a ser realmente bonito. Pero te parecerá bonito despedirte sin darme un beso.

Paseamos como si de verdad fuésemos a alguna parte. Como si el futuro no fuese tan negro, sino solo un gris demasiado oscuro. Como si de verdad quisiésemos salvarnos.

Y así nos va.
Que no nos va.
Que se nos van los días;
que nunca regresan ni lo harán jamás.

Ni tengo as ni tengo manga porque me arrancaste la ropa.

Y aquí estoy: desnuda, vulnerable, diminuta; contando estrellas hasta que se apaguen. Leyendo las palabras de alguien que no tiene nada que decir. Analizando los gestos de un loco que se tomó en serio esto de vivir. Mirando a los ojos de la nostalgia, sin poder evitar sentir pena por aquellos que se perdieron las vistas, preocupados por mirar atrás. Escuchando mis suspiros como si de verdad significasen algo, si suspirar se convirtió en mi nuevo respirar. Si ya no recuerdo cómo era eso de saltar al vacío sin hacerse daño. Añadiendo cicatrices a la colección. Y qué labios las besarán. Y cuáles las abrirán.

Arrancándome la máscara.

Y qué.
Y qué si me pudro por dentro.
Que lo admiren.

Que admiren mis ruinas como admiramos las de Roma en aquella pequeña moto, soltando carcajadas sin saber cuánto valían. Con la cámara colgada al cuello e ilusión en los ojos. Qué ojos. Ojos que ya no admiran. Pero que admiren la rabia encarnada en este par de ojeras que hoy los visten. Que la admiren y se asusten de la vejez de esta mirada. Pero joder, tengo la conciencia tan tranquila que da miedo.

Que da miedo sonreír por sonreír, ¿a ti no? Que me aterran los besos lanzados que se quedan en el aire, flotando, sin nadie que los recoja. Que se paralicen las nubes y el cielo encapotado no sea más que una manta fría. Que sople el viento llevándose los ósculos allí donde se pierde el tiempo. Me aterra encontrar mi tiempo perdido porque no sabría qué hacer con él. Supongo que me haría un sombrero que me proteja de la luz de esos ojos que tanto mienten.

Que me ciega.
Que me ciegan.
Que me ciegas.

Y no hay peor ciego que aquel que no sabe que lo es.

Como si de verdad quisiese salvarme.
Como si de verdad quisiese ver.
Como si de verdad quisiese algo que no fuese querer.

Esta noche la paso en vela pensando en aquellas noches que pasé en vela pensando, y siento que no soy más que una estúpida que no sabe nada del saber. Pero al menos sé que sé sonreír, aunque no se me dé muy bien esto de la vida.

Y qué voy a saber yo de la vida si no la termino de entender. Si las personas que nos salvan son nuestra perdición. Si los labios que hoy me llenan mañana me harán sentir vacía. Si el odio se tornará en pasión y la distancia en lujuria. Si Tentación me llama como la luna seduce a los lobos, y acudo como una polilla atraída por la luz. Una polilla que sabe que va a doler.

Aullando en silencio canciones que suenan a ti.
Mordiéndome las ganas de huir.


Pero mi ego me ha cosido la toalla a la mano, para que no pueda tirarla. Para que exprima los medios limones y me ponga mis medias naranjas. Para cantar a pleno pulmón vomitando el humo del último cigarro. Para matar el fuego jugando con el tiempo. Y olvidar el tiempo. Y olvidar sin más.