19 oct 2013

Preludio de soledad.

Encerrados entre cuatro paredes, dime dónde coño está el cielo. Cuatro paredes víctimas de aquellas noches de pasión, cuando nos empujábamos con fuerza contra ellas, cuando me elevabas del suelo mientras me mordías. Víctimas de la sangre de las palabras nunca dichas, de los gritos sin final, de los cuentos sin finales felices, del amor sin finalidad. Dime dónde coño está el cielo. Víctimas de nuestros puñetazos cada vez que el alma nos escocía, cuando la almohada apestaba a dolor.

Los silencios se atropellan unos a otros, devorándose, apuñalándose por la espalda como en los viejos tiempos. ¿Te acuerdas de aquel día que fue simplemente un día más? Nos amordaza la rutina como a ratas vestidas de traje, camuflando sus lágrimas en corazas de sonrisas. Quién se cree tan fuerte como para soportar un corazón herido. Quién se cree tan fuerte como para aguantar un corazón que espera. Quién coño se cree tan fuerte como para creer que lo es. Cualquier ignorante que tenga ganas de vivir en un insomnio permanente, donde los sueños se desbordan y las noches asfixian. Cualquier iluso que se atreva a tener ilusión.

Bienvenido al mundo de los ojalás, donde las respuestas son más putas que las preguntas, donde aprenderás a recoger los pedazos de tu corazón roto y pegarlos con orgullo como todos los demás. Donde cada noche comerás techo y te comerás las ganas de gritar y de mandarlo todo a la mierda. Cualquier día, cualquier día me iré a por tabaco y no regresaré. Aunque no fume.

Pero quizás no es el cigarrillo el que se está consumiendo.

Anoche cerré los ojos y por un momento me olvidé del tiempo. Pero entonces te pensé y recordé que hace tiempo que no te recuerdo. Y qué putada eso de sentirse pequeño, pensé. Y que putada eso de serlo, pienso. Y escribí. Y me reescribí creyendo que aquello era lo mismo que reinventarse; qué ilusa. Escribí hasta que la luna bostezó de sueño y el silencio decidió hablar en versos. Hasta que el bolígrafo empezó a sangrar. Y me di cuenta de que esto de escribir es otra mierda más que te hace vulnerable, que te desnuda y muestra tus debilidades. Que te abofetea como un “no”, como la realidad cuando más estás sonriendo. Que escribir es delirar en forma de tinta negra, más o menos igual de oscura que el mañana. Que no sé vivir sin escribir ni escribir sin dedicarlo, y no sé recordar sin antes haber olvidado.

De repente, una lágrima suicida cayó en el papel, y en ese momento me di cuenta de que esto de la vida iba en serio.

Y qué.

Y qué si me gusta el vacío, porque me recuerda a ti.

Y qué si añoro las pesadillas, porque me recuerdan que sigo viva.

Y qué si una vez acostumbrada a mí misma me asustan los abrazos que parecen de verdad.

Que no me recuerdan a nada.

Y eso es lo peor de todo.



Dime dónde coño está el cielo, que quiero tocarlo.