Encerrados entre cuatro paredes, dime dónde coño está el
cielo. Cuatro paredes víctimas de aquellas noches de pasión, cuando nos
empujábamos con fuerza contra ellas, cuando me elevabas del suelo mientras me
mordías. Víctimas de la sangre de las palabras nunca dichas, de los gritos sin
final, de los cuentos sin finales felices, del amor sin finalidad. Dime dónde
coño está el cielo. Víctimas de nuestros puñetazos cada vez que el alma nos escocía,
cuando la almohada apestaba a dolor.
Los silencios se atropellan unos a otros, devorándose,
apuñalándose por la espalda como en los viejos tiempos. ¿Te acuerdas de aquel
día que fue simplemente un día más? Nos amordaza la rutina como a ratas
vestidas de traje, camuflando sus lágrimas en corazas de sonrisas. Quién se
cree tan fuerte como para soportar un corazón herido. Quién se cree tan fuerte
como para aguantar un corazón que espera. Quién coño se cree tan fuerte como
para creer que lo es. Cualquier ignorante que tenga ganas de vivir en un
insomnio permanente, donde los sueños se desbordan y las noches asfixian.
Cualquier iluso que se atreva a tener ilusión.
Bienvenido al mundo de los ojalás, donde las respuestas son
más putas que las preguntas, donde aprenderás a recoger los pedazos de tu
corazón roto y pegarlos con orgullo como todos los demás. Donde cada noche
comerás techo y te comerás las ganas de gritar y de mandarlo todo a la mierda.
Cualquier día, cualquier día me iré a por tabaco y no regresaré. Aunque no
fume.
Pero quizás no es el cigarrillo el que se está consumiendo.
Anoche cerré los ojos y por un momento me olvidé del tiempo.
Pero entonces te pensé y recordé que hace tiempo que no te recuerdo. Y qué
putada eso de sentirse pequeño, pensé. Y que putada eso de serlo, pienso. Y
escribí. Y me reescribí creyendo que aquello era lo mismo que reinventarse;
qué ilusa. Escribí hasta que la luna bostezó de sueño y el silencio decidió
hablar en versos. Hasta que el bolígrafo empezó a sangrar. Y me di cuenta de
que esto de escribir es otra mierda más que te hace vulnerable, que te desnuda
y muestra tus debilidades. Que te abofetea como un “no”, como la realidad
cuando más estás sonriendo. Que escribir es delirar en forma de tinta negra,
más o menos igual de oscura que el mañana. Que no sé vivir sin escribir ni
escribir sin dedicarlo, y no sé recordar sin antes haber olvidado.
De repente, una lágrima suicida cayó en el papel, y en ese
momento me di cuenta de que esto de la vida iba en serio.
Y qué.
Y qué si me gusta el vacío, porque me recuerda a ti.
Y qué si añoro las pesadillas, porque me recuerdan que sigo
viva.
Y qué si una vez acostumbrada a mí misma me asustan los
abrazos que parecen de verdad.
Que no me recuerdan a nada.
Y eso es lo peor de todo.
Dime dónde coño está el cielo, que quiero tocarlo.