20 jun 2013

Cosiendo recuerdos que saben a futuro.

Quizá no sea demasiado tarde para que sea demasiado tarde. Quizá las promesas rotas se puedan coser de nuevo, con el dedal de la vergüenza, usando tus pestañas bañadas en rímel como hilo. Pero no sé coser. No sé prometer. No sé saber. Pero.

Nunca se me dio demasiado bien olvidar. Nunca lo intenté. Te imaginaba desnuda, bebiendo agua a morro sentada en mi cama, con el pelo revuelto y la piel de gallina. Bebiendo y fumando y gritando mi nombre. Te imaginaba echando la cabeza hacia atrás, arqueada como una C, suspirando como una S, rozando mi almohada con el olor de tu champú y empapándola con el de tu perfume, para que el insomnio me arropase con él cuando te fueras.

Te imaginaba usando mi camisa después de fundirnos, imaginaba tus pupilas dilatadas brillando buenos días plateados, mirando la luna y contando estrellas escondidas entre la contaminación de Madrid. Imaginaba que no estaba imaginando y la boca se me hacía agua, pero nunca estaba tu saliva para calmar mi sed. No estaban tus llamadas para acelerarme el corazón, ni tus falsos suspiros para hacer que me pitasen los oídos. No estaban tus peros, ni tus noches, ni ninguna de tus sombras.

Ya no cuento ovejas, ahora cuento noches sin dormir. Sueños por cumplir. Utopías. Imposibles que se me escapan entre los dedos como la arena de la playa. Tus sonrisas que se derriten como el hielo de mi copa. Ya no cuento ovejas, ahora cuento barras de bar.

Pero nunca se me dio demasiado bien querer. Nunca lo intenté. Dolía.

Decías que tenía miedo.




Tenías razón.



Pero nunca se me dio demasiado bien reconocerlo. Nunca  lo intenté. Pero nunca se me dio demasiado bien coser.