27 ago 2013

Callemos de cosas serias.

La luz del amanecer entra furtiva en mi dormitorio a través de la ventana, como un ladrón, como quien te roba un suspiro, como quien te roba un beso y no te lo devuelve. Los rayos se estiran intentando abrazar mi cuerpo desnudo y vulnerable, acariciando con suavidad mi rostro, mis párpados, mis labios; como brazos de un sol madrugador que nos recuerda que la vida sigue, o eso creo. Como prolongaciones de tu sonrisa. Tu sonrisa entre mis piernas. Como anoche. Me ruborizo y tengo miedo de mirar a mi lado, por si te has ido; o peor aún, por si sigues ahí. Así que decido quedarme quieta, inmóvil, fría, como una elegante estatua de hielo, como un muñeco de nieve con el que los niños se han cansado de jugar. Ojalá pudiese hacer lo mismo cuando te tengo delante, pero me delatan los suspiros.

A medida que pasan los tic-tacs me avasallan los recuerdos de las últimas horas. La sangre baila salvaje por mis venas, golpeando sus paredes con fuerza, taponado mis oídos, bañando mis pupilas en adrenalina y mis mejillas en color rojo carmesí. Respiro profundamente, tratando inútilmente de frenar el ritmo de mis pulsaciones, de silenciar esos ruidosos tambores que resuenan en mi pecho y no me dejan pensar con claridad, de disipar la avalancha de sensaciones que se desliza por mi piel como una corriente eléctrica. Mierda. Las sábanas huelen a ti.

Pasan los minutos y eso es lo único que pasa, el tiempo. Dicen que él lo pone todo en su lugar, que todo lo cura. Y yo aquí, con una herida abierta que aún no ha empezado a cicatrizar, con un "te necesito" en la punta de la lengua y un "socorro" en los ojos que aún buscan el momento perfecto para ser dichos, a sabiendas de que no existe la perfección. Maldigo al tiempo por no hacer bien su trabajo, por tenerme en lista de espera, aunque sé que la culpa no es suya, pues qué esperar de alguien que no espera nada. O que lo espera todo.  O que simplemente espera. Pasan los minutos y no pasa nada.

Intento concentrarme en oír tu respiración para averiguar si estás ahí sin tener que abrir los ojos y que puedas leer mis debilidades en ellos, pero el olor a lujuria aturde mis sentidos. Finalmente me armo de valor, o de desesperación, y estiro el brazo. Frío.

Demasiado frío.

Mi mano se congela.

No siento la mano pero siento tantas otras cosas.

Abro los ojos.

Buenos días Soledad.

En mi mesilla lucen, traviesos, recuerdos de una noche en la que nos olvidamos de olvidarnos. Busco algo a tientas, tropezando con la lámpara, los vasos, la botella medio vacía, medio llena, medio yo; el cenicero medio lleno de colillas a medio consumir, medio vacío de segundos a tu lado que me consumen, medio tú. Por fin encuentro el móvil y lo miro con un ojo entreabierto, como todas las mañanas. Nada. Como todas las mañanas. Ni una llamada, ni un WhatsApp, ni un "te necesito", ni un  "ya no quiero verte más", ni un puñetero "buenos días" que sacie esta sed de algo que algunos llaman amor y otros muchos error. Qué voy a saber yo de eso si lo único que tengo es un teléfono que se ríe de mí en la mano y tu olor en las sábanas como única prueba de que fuiste mío durante un tiempo efímero. Pero el olor se irá. Como tú. Como el tiempo.

Me sorprendo a mí misma apretando los dientes con furia. Me concentro en reconstruir mi máscara de orgullo e indiferencia. De pronto, la sonrisa de chica traviesa y alocada regresa a su lugar, si es que lo tiene. Si es que lo tengo. Me levanto y enciendo un cigarro, paseando desnuda por la habitación, vagando como la sombra de algo que en su día fue espectacular, como un alma en pena pero sin alma y con una deuda de besos pendiente. Pero a quién. Cuándo aprenderé que el amor no se aprende, que vivir y morir al fin y al cabo son lo mismo. Que los besos no se dan con intereses.

Me siento en el alféizar de la ventana, escrutando la ciudad en busca de mis buenos días. Pero la ciudad sigue bullendo con su ritmo habitual, indiferente al huracán de preguntas que causa el caos en mi pequeña habitación. Pienso en los pozos de tus ojos mientras apuro el cigarro, y en el terror que siempre me dio hundirme en ellos. Anoche creí ver un brillo distinto, o quizá fue el alcohol. Coloco las manos en mi espalda mientras me estiro, cuando las yemas de mis dedos notan unos relieves que juraría que antes no estaban ahí. Sonrío. Quién quiere tatuajes teniendo tus arañazos. Lanzo el cigarrillo por la ventana como quien lanza un avión de papel con un nombre escrito. Pero sin nombre. Me pregunto si tú también estarás pensando en mí, o si algún día lo hiciste. Me pregunto si tú también tienes miedo de mis pozos, de hundirte en ellos como hago yo cada mañana al mirarme en el espejo. Solo hay una cosa que me aterre más que mis pozos, y son las sábanas frías. Solo hay una cosa que me aterre más que las sábanas frías, y son las sábanas que perdieron tu olor.

Un escalofrío recorre mi espalda y me devuelve a la realidad. Rodeo de nuevo mi cama y me siento en el borde. Abro el cajón de la mesilla y miro atontada la foto que nunca nos hicimos. Me pregunto cómo abrían quedado tus pozos junto a los míos, tus dudas abrazando mis miedos, diciendo "patata".

Me tumbo de nuevo en la cama y te pienso. Y te pienso con fuerza. Y te pienso sin quererlo y te quiero sin querer. Y eso es lo más bonito. Y ese es mi mayor error.


26 ago 2013

Odiado Diario:


Hoy es otro día más, otro día menos, y nada pasa y ella pasa por mi lado y a mí se me sigue poniendo la piel de gallina y los pelos tan de punta que compiten con los rascacielos de todas las ciudades que soñé que visitaríamos juntos. Pero solo son sueños. Pero solo estamos solos.

Se consumen las horas y se consumen mis cigarros, y yo los fumo con pasión, más liado aún que ellos. Me consumo. Pienso en lo bonito que sería compartirlos con ella, rompernos juntos. Me consumo. Estiro el brazo y ella no está. Me consume. La busco desesperado, rozando el aire a tientas, necesitado de la suavidad aterciopelada de su piel, de la  sangre palpitando con fuerza en mis venas, del sudor en las sábanas, del brillo de unos ojos que griten "socorro", que al parpadear maten las mariposas que se han instalado en mi estómago, mis dudas; como si su mirada tuviese todas las respuestas. Pero mi mano no la alcanza, y la ausencia de su mirada solo teje más preguntas.

Me rompo solo, con  cuidado de no llorar.

Salgo de casa con las manos en los bolsillos y la mente en otra parte a la que ni siquiera yo sé cómo llegar. Y qué hicimos mal. Y qué más da el camino si tenemos miedo de andar. Paso por los coches en cuyos cristales bañados en vaho escribí nuestros nombres en la madrugada, solo para ver cómo quedaban juntos. No debí hacerlo; quedaban tan bien. Hoy sigo bebiendo, fumando, solo. A la espera de un final que sé que no llegará porque nunca hubo un principio, preguntándome cómo quedará la cicatriz de todo esto. Seguro que no tan bien como nuestros nombres.

Me rompo de nuevo, sin poder evitar soltar un grito que desgarra mi alma, dejando a la vista los recuerdos. Solo espero que este porro me sacie el mono de ella, solo espero poder decir que algún día fue mía, porque yo fui su yonki cada puto segundo que no fuimos nada; aunque ella lo fuera todo. Solo espero...y ese es el problema, que solo espero.

Me rompo. Pero soy incapaz de romper su foto.

Ella es y será mi herida favorita.