23 feb 2013

Vive, niña.

La niña juega con la rosa en el jardín del Edén.

Juega, niña.

Le arranca los pétalos uno a uno, como un pez de sangre al que descaman, como aquellas noches en las que mis uñas te arrancaban la piel a tiras, en las que mi nombre susurrado en tus labios me robaba sonrisas fugaces.

Ríe, niña.

Baila entre acacias de dudas, entre cipreses de preguntas no hechas, entre encinas que la miran hipnotizadas. Baila siguiendo el ritmo de los tambores enloquecidos de su corazón abierto, abrazando el viento. ¿Qué tendrá esa rosa? La mira y sonríe, la mira y baila. La acaricia despacito, por miedo a romperla; aunque se muere por acelerar el ritmo y que sienta la melodía entre las costillas. La acaricia con manos de terciopelo desnudo, pero la rosa le muerde con su espina, brotando un quejido de su boca de porcelana, la sangre de su dedo, una herida en el fondo de su pecho izquierdo. Una carcajada amarga.

Llora, niña.

Tira la rosa marchita y salta sobre ella. Baila con furia, con pasión, con hiel en el alma, con un deseo entre las piernas y mil verdades en los ojos empañados. Rojos. Pupilas dilatadas ante sentimientos encogidos. Presos de orgullo. Miradas imantadas ante sequías de palabras. Presas de ti.

Olvida, niña.

Intenta capturar ese momento de libertad y meterlo en un tarro, para poder abrirlo y curarse cuando la cicatriz escueza. Ese baile de autosuficiencia, independencia, creencia en nada excepto en ella misma. Demencia. Nubes de dudas encapotan el cielo, ya no hay sol en el Edén. Pero la niña sigue bailando con fiereza, ajena a la lluvia, indiferente a los recuerdos que sin éxito tratan de derrumbarla. Consciente de que el tiempo pasa, como la arena de un reloj que se escapa entre los dedos.

La rosa juega con la niña en el jardín del Edén.

Juega, mi Rosa.



9 feb 2013

La huída.

Quién fuera reloj para controlar el tiempo. Quién fuera esa sonrisa inocente que nace con el alba, con los gritos ignorados del despertador. Quién fuera ese brillo en tus ojos, para poder como él iluminar la habitación, cegando las penas, ahogando mis dudas.

El miedo huye y ya no sé si lo echo de menos, si he de perseguirlo a él o perseguir mis sueños. El miedo huye fugitivo y se pierde por el horizonte que dibujan tus ojos frente a los míos. Me pregunta si voy con él, a un lugar seguro, lejos del dolor del amor, de la mentira que esconde la verdad. Y yo no sé qué responderle. Las cicatrices en mi corazón me piden que le siga, pero tus labios mordidos me ordenan que me quede.

La inocencia huye y ya no sé si la echo de menos, si debo volver a la paz de llevar el pelo recogido en dos dulces trenzas o soltármelo como anoche. La inocencia huye por el horizonte que dibujan tus piernas sobre las mías. Me pregunto si es mejor que se quede, para abrazarla cuando no te sienta, para llorar sobre su hombro lágrimas de inseguridades; pero tus dientes dibujando sonrisas en mi cuello la echan a patadas.

Las dudas huyen. Yo caigo en los pozos de tus hoyuelos. El orgullo huye. Yo me enveneno con tu saliva. La soberbia huye. Yo le robo la manzana a Eva y Eva me sonríe divertida, y la serpiente se ríe y yo solo puedo clavar mis uñas más fuerte en tu espalda, para que no te escapes, y se me atragantan los suspiros, y sueño que tú sueñas conmigo, y trato de respirar tu aliento y quién fuera reloj para controlar el tiempo. Para pararlo.