26 dic 2013

Ángeles.

Mordiendo los dedos,
cruzando los labios,
abriendo a la suerte
y tentando heridas.
Resucitando en su boca,
acurrucados los miedos en sus hoyuelos.
Quédate, susurra.
Como si hubiese otro sitio mejor en el que vivir.
Sintiendo y parando el tiempo,
suspirando entre líneas y entre piernas,
como si hubiese otra forma mejor de respirar
que no fuese compartir alientos;
y se entrelazan,
y se aprietan,
y gimen y rompen la noche.
Y el silencio se estremece en un escalofrío pasajero,
como si hubiese otra forma mejor de morir.

Tic, tac.

El hogar rodeado de felicitaciones navideñas sin firmar, el fuego tose escupiendo chispas espontáneas que se deshacen al tocar el parqué, como mis dedos en su piel, como mis piernas cuando sonríe. Como mis miedos en sus hoyuelos. En la pared se reflejan  efímeros trazos de luces verdes, rojas y amarillas, en fila india, tatuando la casa de una inocente belleza. Los rústicos y elegantes muebles de madera de roble y nogal se pintan la cara de dorado, adornando sus estantes con figurillas de porcelana fina, lazos granates y ángeles con cara de niño, cabellera rubia y rizada y un arpa en las pequeñas manos. Ángeles que no vuelan.
Y dónde van esos ángeles cuando vuelve Rutina y las calles regresan a su habitual bullir de caras serias, trajes fríos, maletines de cuero y padres demasiado ocupados.
Sueños que se quedan sin cumplir,
pero nadie los persiguió.
Niños que esperan
a dejar de serlo.
Ángeles que no vuelan,
pero nadie les cortó las alas.
Y a dónde van sus manos cuando las mías  no están cerca.
Niños que juegan a no ser niños.
A dónde coño van sus ángeles.

Mordiendo, cruzando, abriendo, tentando.
Acaricio sus ojos lentamente, como si fuese a romperse en cualquier momento. Noto su respiración en la palma de mi mano, y quisiera guardarla en un tarro para las arduas noches de invierno, para los insomnios y pesadillas de las camas demasiado grandes. Bajo por su nariz, tocando cada poro de su piel, y me detengo en su boca. Despacio, muy despacio, dibujando su silueta. Él la entreabre y me pregunto si esa será la puerta que lleve a su alma, si tengo que explorarla...sonrío.
Qué pasa.
Nada.
En qué piensas.
En nada.
Y me lanzo al abismo de su boca, al vaivén de sus caderas, al naufragio de la tentación que emana su piel.
Labios, dedos, heridas, suerte.

Ángeles que aprenden a volar sin alas, cambiando las nubes por sábanas.
Niños que crecen.
Tiempo que pasa.



6 dic 2013

Pasamos página olvidándonos de leer el libro.

Solo se vive una vez, me dijo.
Pero por él yo ya he muerto más de veinte.
Pero si no intentas, no ganas.
Pero si no mueres, no es intento.

Y así fue cómo recosí las heridas abiertas por sus manos
y me pinté los labios color rojo carmesí;
sonríe fuerte,
me dijo.
Y así fue cómo dibujé medias lunas escarlatas en mi cara,
puentes grana,
dulces bermellón;
perlas enmarcadas en un corinto sensual,
que tantas deudas de besos guardan.

Y así fue, cómo,
tras un temporal de diluvios nocturnos inundando mi rostro,
de noches eternas y días aún más largos,
cesó la borrasca y regresé a casa,
o algo parecido,
decidida a derrochar sonrisas hasta arruinarme,
consciente de que nadie había recogido los cadáveres de ilusiones ahogadas
y que, tarde o temprano, conocería a un par de ojos castaños
que me obligarían a hacerles el boca a boca hasta que despertasen,
con ese brillo en la mirada,
puñal en mano,
alcohol en el alma
y una espina en los recuerdos
que no quiero sacar.

Y así fue cómo volví a escribir
y dejé que esa zorra de la melancolía envenenase de nuevo la tinta de mi boli,
y la muy zorra me inspira tanto,
que espero que cuando espire todos suspiréis por mí,
por ella,
y por las noches en las que Insomnio asomaba la cabeza,
deseoso de hacer el amor con mi mente hasta que rayase el día,
en un ciclón de orgasmos amargos y demasiados rostros que escuecen.
Que escuecen tanto.
Que ojalá eso de crecer no sea cesar de contar estrellas para contar sonrisas falsas.
Que ojalá sea contar tus lunares.

Y así fue como crecí,
en silencio,
y,
y,
y te acercas.
Y me incendio.

Y me tocas y me estremezco y bailamos
mientras la corriente eléctrica sube por mi espalda,
clavando las uñas en mi carne asustada,
arañando mis sentidos
al ritmo del palpitar de los sueños rotos,
que se reconstruyen,
dispuestos a caer de nuevo.
Y les dejo crecer.
Y te dejo doler.
Y me dejo ser muñeca inerte,
y que tus manos me moldeen.
Porque echo de menos esa combustión helada,
fusión de pieles,
aleación de cuerpos
que se sienten inmortales
y tan vulnerables a la vez.
Desnudando debilidades,
el olor de las sábanas manchadas de lascivia,
acariciando futuros errores.
Y añoro volver a escuchar los gritos de las dudas carbonizadas,
retorciéndose entre besos.
Brillando la mirada,
despedida en mano.

Solo se vive una vez,
me dijo,
antes de apuñalarme.