3 dic 2011

Cada uno ve su propia perfección.

Ella siempre caminaba descalza, cantando. No podías escuchar sus pisadas sobre el húmedo césped del jardín, pero sabías que se acercaba por su inconfundible voz. Recuerdo su aroma. De los pájaros, que revoloteaban a su alrededor, no se escuchaba ninguna melodía. Quizás, como yo, estaban abrumados por tanta inocencia reunida. O quizá no querían interrumpir su canción, ni distorsionar su preciosa risa. Brillaba. Cegaba. Tanta pureza no podía ser real, me repetía. Recuerdo sus labios. En realidad, es lo que mejor recuerdo. Sabían a hierbabuena y a otoño, a escalofríos y a sonrisas. Perlas perfectamente alineadas, dibujando una dulce curvatura en su cara redondita, invitándome a echarle un vistazo a su alma. ¡Pero, qué necesidad tenía de asomarme, si me la regalaba con cada abrazo! Pura, sincera, sin cambios ni dobles sentidos. Natural. Su alma tal y como habitaba en su interior. Blanca, perfecta.

Y así se la describí a mis conocidos cuando me preguntaron por ella. Y ninguno me creyó. «Lo has soñado, muchacho» Sacudía la cabeza: «No es un sueño si me duele tanto cuando no está cerca». Ninguno supo qué responderme, supongo que ellos también han estado enamorados alguna vez.

No hay comentarios: