4 dic 2011

Hasta nunca cariño.

Solo queríamos jugar, pero el juego se nos fue de las manos. Las dudas me abrazaron, y tú te volviste loca. Destrozaste tu colección de muñecas de porcelana, rasgaste mi ropa gritando, cubriste las paredes de insultos con el pintalabios rojo mate que te compré por tu cumpleaños, lanzaste mi disco favorito de los Beatles por la ventana (es una lástima que aún no le hubiese enseñado a volar)… Y con él, los libros, los muebles, las cartas y la vajilla de plata, obedientes cumplidores de la gravedad, se hicieron trizas contra el suelo de la calle.

Después  de aquel caos, fruto de tu rabia y de tus celos, te diste cuenta de que aún había una cosa que no podías romper: tu amor. Te paraste en seco, inmóvil durante diez segundos, con la boca abierta y la mirada en tu interior. De pronto, un intenso ataque de risa. Te reíste de ti misma como aquellas veces que buscabas desesperada durante media hora tus gafas, hasta que te dabas cuenta de que las llevabas puestas; pero esta vez las carcajadas sonaron roncas y amargas. Finalmente, cogiste tu bolso de mano y cerraste por última vez la puerta de mi apartamento.


No te volví a ver, pero hoy te he vuelto a recordar.


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