17 dic 2011

La respuesta es 13.

¿Cuántas veces es necesario tropezar cerca del abismo para que éste deje de existir? ¿Cuántas veces tengo que hablar con la muerte para que se convierta en cascada? ¿Cuántas tengo que resucitar para que sea un tobogán?

Perdió la cuenta hace ya tiempo junto a su inocencia y su vergüenza. La primera, al llorar; la segunda, al encontrar una sonrisa escondida en una lágrima. Sin vergüenza y sinvergüenza todo parecía más sencillo. Pero parecer no es ser, y las apariencias engañan. No era más fácil, la diferencia es que ahora luchaba por los sueños que antes abandonaba. Nunca más volvió a tirar la toalla para después volverla a recoger. Supo que la lágrima calló en la arena, pero no la quiso encontrar. El problema es cuando la lágrima quería ser encontrada. Seguía caminando en línea recta, haciendo que no la veía, y volvía a tropezar cerca del abismo.

Aprendió que en cada gota que se atreviese a resbalar desde su lacrimal hasta su boca debía buscar esa sonrisa que se empeñaba en jugar al escondite. La encontró y se tiró por el tobogán. Feliz.


Nos preguntamos: «¿Quién me he creído para ser brillante, espléndido, talentoso, sensacional?» Pero en realidad, ¿quiénes nos hemos creído para no serlo?
Marianne Williamson

No hay comentarios: