20 oct 2011

We'll carry on

Molestaba, dolía, quemaba. No ser capaz de hacerte feliz, sentir tu mirada de decepción cada vez que abría la boca. Sentir cómo analizabas cada uno de mis movimientos y cuando yo levantaba esperanzada la cabeza, la desaprobación desbordaba tus ojos, tu gesto, tu sonrisa invisible. Sí, eso era lo que más dolía, no hacerte sonreír. Me sentía inútil, y te culpaba por ello. Me equivoqué.
Lo supe aquel horrible y a la vez maravilloso día, cuando entré en esa extraña habitación, que habían pintado de colores alegres, intentando esconder inútilmente todos los pesados sentimientos que allí dentro había. Levantaste la mirada, y a pesar de que casi no podías verme, me reconociste. Y sonreíste. La sonrisa más sincera y hermosa que jamás había visto. Ahí fue cuando todos los recuerdos galoparon de repente desordenados en mi cabeza: todas las veces que me habías sonreído de aquel modo, todas las veces que me habías hablado con palabras llenas de cariño, todos los abrazos, todos los momentos en el coche cantando nuestra canción, sólo nuestra. Todos esos recuerdos que yo, estúpida ciega, no había querido ver. Y sentí que se me nublaba la vista, que mis ojos comenzaban a llover. Lágrimas que saltaban suicidas al vacío, al suelo de la habitación del hospital, a todos los te quiero que nunca te dije. Lágrimas de amor.
Y tú lo sabías, porque tu sonrisa se ensanchó y tus brazos me acogieron, como siempre hacías, y como siempre harás, estés donde estés.


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