24 oct 2011

4 y 26

Se convulsionaba frenéticamente en la cama, empapando las sábanas de sudor y lágrimas. Como cada viernes, volvía puntual la pesadilla. Dos minutos y medio de gemidos y por fin se despertó de golpe, con la respiración entrecortada y los ojos abiertos de par en par bañados en lágrimas. Con un largo y profundo suspiro, estiró la mano hasta alcanzar el vaso de agua que cada viernes colocaba en su  moderna mesilla blanca. Bebió rápidamente el líquido mientras su mirada se posaba, curiosa, sobre el pequeño despertador. Las cuatro y veintiséis. El mismo número que había estado observando cada viernes durante los últimos tres meses y, a pesar de ello, todavía se le seguía poniendo la piel de gallina.

Aquello era de locos. No estaba dispuesta a ir al psicólogo, le entraba la risa solo de imaginarse tumbada como una estúpida en un triste sillón negro hablando sola. No, ella era fuerte, siempre lo había sido, y no iba a dejar de serlo por un simple sueño. No.

Cuando comenzaron las pesadillas trató de evitarlas saliendo hasta altas horas de la madrugada cada viernes, o intentaba quedarse en vela viendo series americanas y comiendo palomitas. Pero un viernes cualquiera,  sin saber por qué, se armó de valor y decidida, fue directa a dormir, segura de que lo haría plácidamente. Esa noche comenzó el horror. Debido a su cabezonería, tozudez y no menos orgullo, seguía convencida de que ella sola podría hacer que aquello pasase. Que un viernes, cuando menos se lo esperase, las pesadillas cesarían, y nadie se habría enterado jamás de que ella lo había pasado mal o peor aún, de que tenía alguna debilidad.

Dejó el vaso vacío sobre la mesilla y se frotó los ojos. Bajo la almohada asomaba una manoseada fotografía. Como cada viernes, la cogió. Dos rostros sonreían felices a la cámara. Fue tan solo hacía cuatro meses, pero ella parecía otra. Era tan feliz... Una lágrima cayó furtiva mojando su cálida mejilla, mientras acariciaba el rostro del risueño joven que mostraba la foto. Giró el arrugado papel y murmuró las palabras allí escritas, esas que tantas y tantas veces había leído, analizado, letra por letra, intentando encontrar en ellas alguna explicación que disipara los remordimientos y ahuyentara las pesadillas.

« Viernes, 4 de septiembre de 2010.
Lo siento. No te pido que lo entiendas, pero siento que no merece la pena seguir aquí. Tiro la toalla Claire. Me he hartado de ser una carga, de hacerte sufrir...a ti, a mis hermanos y a mi pobre madre. Diles que les quiero Claire, díselo por favor.
Te esperaré, te lo prometo, y te cuidaré mientras tanto. Te cuidaré de verdad, y no volverás a llorar a escondidas encerrada en el baño por las noches, ni te asustarás cuando llegue a casa ebrio y te insulte. Eso se acabó Claire. Necesito serte útil pequeña. Lo siento tanto...
Te quiero ».

Mira el despertador: cuatro y veintiocho. Es hora de volver a dormir.

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