23 may 2014

Alto.

¿Sabes ese calor que congela?
Ese calor suyo que me helaba la sangre,
y echaba el aliento en mis manos para templarlas,
y yo le odiaba un poquito más fuerte.
Teníamos tantas cosas que jamás tuvimos nada;
buceábamos incesantemente en un mar de du(elos)das,
sacando la cabeza para coger aire y toser el ego no tragado.
Lagunas en la memoria y lagunas en los ojos,
pero las penas no se ahogaron en ellas.
Amaba su indiferencia tanto que llegué a odiarla;
como a él,
como a mí,
como a nosotros.
Como a todos los putos pronombres y a todos sus portazos
en el alma putrefacta y arañada por el Miedo,
que el alcohol no pudo desinfectar;
y las penas no se ahogaron en él.
Y qué putada eso de caerse y levantarse,
y caerse y levantarse,
con lo bonito que era volar.
Cuánto sonreíamos hasta que se iba el humo,
arrastrándote a ti con él.
Cuánto sonreía hasta que te ibas,
pero jamás pude arrastrarme.

Cuánto sonreí cuando empezaron a crecer mis alas
en el momento en que te fuiste,
arrastrando una lágrima contigo,
que espero que no regrese y se tatúe en el pasado.
Como esa foto de pequeño en la que salías tan mal,
pero con la que siempre sonreías al mirarla.


Y hoy me arrastro con la cabeza tan alto que vuelo



No hay comentarios: