¿Sabes
ese calor que congela?
Ese calor
suyo que me helaba la sangre,
y echaba
el aliento en mis manos para templarlas,
y yo le
odiaba un poquito más fuerte.
Teníamos
tantas cosas que jamás tuvimos nada;
buceábamos
incesantemente en un mar de du(elos)das,
sacando
la cabeza para coger aire y toser el ego no tragado.
Lagunas
en la memoria y lagunas en los ojos,
pero las
penas no se ahogaron en ellas.
Amaba
su indiferencia tanto que llegué a odiarla;
como a
él,
como a
mí,
como a
nosotros.
Como a
todos los putos pronombres y a todos sus portazos
en el
alma putrefacta y arañada por el Miedo,
que el
alcohol no pudo desinfectar;
y las
penas no se ahogaron en él.
Y qué
putada eso de caerse y levantarse,
y caerse
y levantarse,
con lo
bonito que era volar.
Cuánto
sonreíamos hasta que se iba el humo,
arrastrándote
a ti con él.
Cuánto
sonreía hasta que te ibas,
pero
jamás pude arrastrarme.
Cuánto
sonreí cuando empezaron a crecer mis alas
en el
momento en que te fuiste,
arrastrando
una lágrima contigo,
que
espero que no regrese y se tatúe en el pasado.
Como
esa foto de pequeño en la que salías tan mal,
pero
con la que siempre sonreías al mirarla.
Y hoy
me arrastro con la cabeza tan alto que vuelo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario