7 dic 2012

Es jueves y ya no llueve.

Es jueves y ya no llueve, aunque en sus ojos sigue diluviando. El sol araña sus pómulos, tiñéndolos de rojo, pero en su alma la niebla aún no se ha disipado. Se mira en el espejo y siente ganas de romperlo. ¿Quién es esa? Esa chica de pupilas dilatadas y media sonrisa mal fingida. Quién es esa que se muerde las uñas, que se muerde los labios, que se muerde las ganas y se muere de ganas. Quién es esa chica hecha a base de sueños rotos, de tentaciones ignoradas, de orgullo mal tragado. Quién es esa que vive sin vivir. Ella no era así. No es así.

¿Cuándo ocurrió? ¿Cuándo empezó a creer que los sueños no se cumplen? ¿Cuándo empezó a utilizar la palabra "imposible"? Y ahora, deshojando margaritas por miedo a que digan que sí, apartando la vista por miedo a que sus miradas se encuentren, tapándose los oídos por miedo a descubrir calidez en su voz, ignorando a su corazón por miedo a sentir; ahora sueña con hacer que el miedo tenga miedo, con recoger la toalla que un día tiró, con pegarle una paliza al karma, con el día en el que sus sueños sean menos dulces que la realidad, en el que pensar en utopías sea una utopía. Con él.

Es jueves y ya no llueve. Ya no hay niebla en Madrid. Es jueves y el reflejo de sus ojos húmedos en el espejo, la neblina de su alma, las cicatrices en sus labios por morderse las ganas, los gritos de las mariposas que agonizan en su estómago, envenenadas por la acidez de las palabras no dichas, le recuerdan que un día más seguirá siendo otra persona, una copia mal hecha, encerrada en esa cárcel con barrotes de orgullo y suelos cubiertos con alfombras de noches de insomnio.

Uñas mordidas, pómulos rojizos y sonrisa ensayada, se dispone a salir de casa, cuando sus ojos se encuentran con el reloj de arena que se esconde tímidamente entre su colección de libros de Agatha Christie. De puntillas, estira el brazo hasta que sus dedos coronados por uñas mordidas consiguen atraparlo. Lo mira con un brillo extraño en los ojos, brillo que sus pupilas dilatas no pueden eclipsar. Lo mira con media sonrisa, media sonrisa que no necesita fingir. Le da la vuelta sin vacilar, lo deja en su sitio y sale de casa dando un portazo. La cuenta atrás ha comenzado. Las mariposas de repente dejan de gritar.


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