24 sept 2012

Divagar.

Mis pies ya no son míos. Ya no obedecen mis órdenes, sino que avanzan con  determinación hacia donde yo no quiero ir, allí donde les guían los recuerdos, recuerdos de tiempos mejores. Se mueven con vida propia, la buscan a ella. Y yo solo busco respuestas que nunca llegarán, pues ni siquiera sé muy bien cuál es la pregunta. ¿Me quiere? Una alfombra de hojas secas color chocolate me recuerda a su ropa de otoño; aquella que tantas veces le arranqué. ¿La quiero? Subo la mirada al cielo, como si allí estuviese escrita la respuesta, como si allí se escondiese la pregunta. Como si allí estuviese ella. Mira las estrellas, mira cómo intentan imitar el brillo de su sonrisa cada vez que le decía "te quiero". Mira cómo se parecen al brillo de sus ojos cuando hacíamos el amor. ¿Brillan sus ojos hoy por él? El parque está oscuro y sombrío a estas horas, me alivia que así sea, pues odio tener que ver la inscripción que hicimos en aquel árbol cada vez que paseo por él. Para siempre. ¿Para siempre? Nunca imaginé que para siempre durase tan poco. Qué estúpido es el tiempo y qué estúpidos nosotros. Estúpido otoño, estúpida su ropa por los suelos, estúpido el brillo de sus ojos, estúpido mi corazón que decidió amarla. Estúpidas ilusiones que se marchitaron con un estúpido adiós. Y hoy la echo tan estúpidamente de menos. Pero, ¿acaso se puede echar de menos algo que nunca fue tuyo?

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